Marito era un verdadero “Milusos”, no era un aprendiz de todo y oficial de nada. Nó, sino lo que realmente expresa la palabra.
Desempeñaba muchos oficios y todo los realizaba bien. Ejecutaba los trabajos de plomero en tubería galvanizada y de cobre, conectaba lineas de gas de las estufas a sus respectivos tanques, era electricista en instalaciones domésticas, pintor de brocha gorda, carpintero, arreglaba licuadoras, planchas, pequeños aparatos eléctricos, tenía sus equipos de soldadura eléctrica y autógena, y hasta destapaba cañerías. A todo le atoraba, no le decía nó al trabajo; tenía mucha experiencia y lo mejor: era muy razonable.
No se conocía su pueblo de origen, pero por la manera de hablar seguro nació en el Distrito Federal. Llegó a la colonia muy jovencito, trabajando de cobrador en un camión urbano de pasajeros, luego brincó al volante; o sea, trabajó de chofer durante varios años en la misma ruta de autobuses. Durante este tiempo se juntó en unión libre con una mujer que conoció como pasajera, la cual en su vida de casado, le dió tres hijos: un varón el primero, y dos niñas.
Manejando el camión, tuvo un accidente. Se descuidó y chocó contra un vehículo de bomberos que a alta velocidad y con la sirena abierta, acudía a un servicio. La colición fue terrible, el transporte del heróico cuerpo se proyectó contra una tienda e hizo carambola mortal, cuyo resultado trágico sumó muchos muertos y heridos entre pasajeros, bomberos, peatones y parroquianos que se encontraban dentro del establecimiento comercial.
Marito fue sentenciado a purgar quince años de prisión en el penal de Lecumberri. Dos años de cautivo cumplía, cuando su mujer -que lavando y planchando ajeno para sostener a la familia-, no aguantó la miseria en que vivía. Un cualquier día la vieron salir con sus pocos cachivaches -ya que la mayor parte los había vendido para subsistir-, con su propia ropa dentro de unas cajas de cartón, con sus hijos tomados de la mano y abordar una camioneta particular.
Todo a escondidas, pues debía meses de renta y no tenía con que pagar. A nadie le platicó hacia donde se dirigía, es más, a ninguno le comentó sobre su disimulada fuga que realizó.
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Cerca de las dos de la mañana, por entre la sombra que una lejana lámpara del alumbrado público no alcanzaba a iluminar, sobre la fachada de una casa difílcilmente se observaba una figura humana que la escalaba. Llegó a la azotea, caminó sigilosamente, bajó por una escalera de servicio, accionó una pequeña lampara sorda y con una chorla violó la cerradura de la puerta que tenía al frente. Entró por el comedor, del trinchador tomó un valioso reloj de mesa, abrió un cajón, de su interior cogió los cubiertos de plata, en un morral que colgaba de su hombro depositaba los objetos. De repente se quedó quieto...escuchando un sordo ronquido...Se acercó lentamente, el piso alfombrado ahogaba sus pasos, de por sí silenciosos por los zapatos tipo tenis que calzaba. Tirado sobre el sofá de la sala, dormía bien ebrio el jefe de la casa, un político dirigente del partido en el poder. De su saco tomó la cartera. de la muñeca le retiró el reloj y de su dedo anular, un valioso anillo. El político se removió en el sofá y masculló entre los dientes, casi ininteligible: =No me molestes vieja...déjema dormir...= y volvió a dormirse con un estruendoso ronquido.
Penetró en una recámara e iluminó un alhajero sobre el tocador, lo abrió y de un puñado tomó su contenido. Salió de la pieza y en un pañuelo de los llamados paliacates, colocó las joyas y la cartera, amarró las puntas formando un bulto y lo guardó entre sus camisa y el pecho. Al dirigirse hacia la otra recámara, de ésta, donde dormía la hija, salió un pequeño perrito pequinés que al descubrirlo empezó a ladrar estrepitosamente y se armó un jaleo. Despertó a la familia y al huir rápidamente por las azoteas de las casas adjuntas, a los vecinos. Arrojó el morral bajo un tinaco y ubicándose donde se encontraba, vió la abertura circular de una bajada pluvial, sacó el paliacate y lo metió al tubo, escondiéndolo, con la certeza de poder regresar después, a recogerlo.
Justo al descender por la barda de la casa que marcaba el final de la cuadra, fue detenido por una patrulla. No le encontraron botín alguno. Remitido a la delegación policiaca, en su declaración admitió que pretendía robar la casa donde lo habían detenido. Cuando oyó el escándalo se asustó y bajó de la azotea, pero él no había robado, que probablemente fue otro y no sabía quien, pues no lo vió. Prueba de ello que no tenía ningún objeto robado.
Fue interrogado duramente para quedar bien con el político. Este sólo exigía la recuperación de lo robado, sin ningún escándalo ni propaganda adversa a su posición. Como el ratero no confesaba quien había sido su cómplice en el robo, le propinaron una fuerte golpiza en el vientre, una calentada le llaman los policías, pero se les pasó la mano y el ladrón perdió el conocimiento. Al amanecer del día siguiente lo trasladaron al servicio médico, muy grave. Tenía estallamiento de visceras y a los pocos minutos de llegar, perdió la vida. El certificado médico expedido después que le practicaron la necropsia de rigor, para proteger a los policías, dictaminó: “Congestión alcoholica con complicaciones de perforación de peritoneo e intestinos, por fiebre tifoidea manifiesta”.
Así terminó sus días, el famoso “zorrero” conocido en el bajo mundo del hampa, sólo por el mote de “El Pozoles”.
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Dentro del penal, el Milsuso aprendió todos los oficios que con mucha habilidad practicaba. Al salir de prisión, tiempo antes de cumplir la condena por la buena conducta que mantuvo durante su encierro, regresó a la colonia. Preguntó a sus vecinos qué sabían del paradero de su mujer, pero nadie sabía nada. El pretendido abandono de hogar se llevó a cabo muchos años atrás, se habían olvidado de la mujer e hijos cuanto y más, hasta su propia persona.
Al obtener su libertad, recibió de la administración del reclusorio una buena cantidad de dinero, producto de los muchos días de trabajo en los talleres del interior de la prisión, que serviría, según decía el Alcaide, para la rehabilitación del recluso. Con esta ministración pecuniaria rentó una accesoría por la colonia Moctezuma, sobre la avenida Zaragoza y montó un taller de “Todo”, donde ofrecía los servicios que tan bien sabía ejecutar. En el mismo local construyó un tapanco con vigas y tarimas de madera, que le funcionó de habitación. Aquí dormía, y para comer acudía a las fondas del interior del mercado de la colonia y para su aseo personal a los baños públicos que estaban a la vuelta de la esquina. Vivía sólo, nunca se le conocieron parientes ni él platicó de que los tuviera. De su matrimonio jamás volvió a tener noticia alguna.
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Diariamente, aún en su día de descanso, Torres empujaba un carrito con dos tambos que pocos a poco llenaba con basura y desperdicios. Era un empleado de la Oficina de Limpia que se encargaba de barrer las calles de la zona sur del barrio de la Lagunilla, trabajo que realizaba por las mañanas para posteriormente, por las tardes, recoger la basura del interior de los comercios y fondas, servicio por el cual recibía generosas propinas. Con este ingreso extra, mejoraba su economía familiar y le permitía al término de sus labores, después de entregar su carro en el depósito de basura anexo al mercado de Varios y cambiarse de ropa, quitándose el overol de chillante color y enfundarse su sencilla vestimenta, entrar a tomarse tres cervezas en una cervecería ubicada en la 1a. calle de Comonfort, casi esquina con la calle de Ecuador.
Al entregar su carrito, previamente separaba en dos bolsas la escamocha recogida de las fondas del mercado y de la zona, las cuales al regresar de la cervecería, recogía. En camino a su casa, una, la más grande, la entregaba a un engordador de puercos. La otra, más chica, a casa para su perro: el Sultán. Su vivienda consistía en unos cuartos que rentó por las últimas calles de una colonia recién fundada por el barrio de la Mixhuca, cerca de los talleres de Maestranza de la Oficina de Limpia y Transportes. En cuanto se instaló en el vecindario, solicitó trabajo, lo aceptaron y empezó a desempeñarse como barrendero de las calles de la ciudad.
A Torres, sólo lo conocían por su apellido. Ninguno de sus compañeros ni de los patrones de los comercios que servía, conocían su nombre. Junto con su esposa y dos hijos, una mujer y un varón, llegó ya muchos años ha de la Encarnación, una ranchería cerca del poblado de Villanueva, en la parte sur del Estado de Zacatecas.
Allá vivía de la agricultura, en buenas tierras regadas por las aguas del río Juchipila, pero un día, en las fiestas del pueblo, un 28 de febrero, durante la tradicional danza de los “Matachines”, salió de pleito con un rival de amores que había pretendido a su esposa cuando ésta estaba soltera. La reyerta fue a machetazos, ganando él la partida. Huyó. La esposa en una bolsa metió unas cobijas, una poca de ropa, algo de comer. El cargó a los hijos y tomaron rumbo a Jalpa, por las tierras donde dicen que murió el asesino conquistador español: Pedro de Alvarado. Se internó entre las sierras del Laurel y la de Nochistlán, serranías donde en tiempo de la revolución, conocía al dedillo el General Demetrio Macías, principal protagonista de “Los de Abajo”, zacatecano como él, que combatió derrotando a la gente del usurpador Huerta. Cruzó la sierra comiendo hierbas y los pequeños animales que cazaba; ocultándose. A los ocho días de su fuga llegó a la ciudad de Aguascalientes, donde abordaron el tren que los condujó a la ciudad de México.
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Ya establecido y bien acreditado, fue requerido por una señora para realizar una chamba en su hogar. Vivía en una colonia vecina, en un fraccionamiento de mayor clase social. El drenaje de su casa estaba tapado. Era urgente. El agua negra inundaba el patio y el olor ya no se soportaba. Marito llegó con su equipo y empezó a trabajar. El drenaje se iniciaba a partir de una bajada pluvial que se conectaba a un registro con coladera al centro. Levantó la tapa del colector e introdujo unas varillas plegables y como torniquete, las hizo girar. Rápidamente localizó el tapón y lo sacó. Consistía en un pequeño lío hecho con un paliacate anudado con objetos en su interior, lo lavó y guardó en su petaca de herramientas. Se destapó el drenaje. El agua negra corrió siguiendo la pendiente de la tubería, le vació varias cubetas de agua limpia y listo. A cobrar.
Al llegar a su taller, abrió y antes de subir la cortina metálica, subió al tapanco. De la petaca sacó el lío y lo desanudó. Ante sus ojos brillaron muchas alhajas: anillos, collares, pulseras, dos relojes, una cartera con billetes de alta denominación, dos credenciales, tarjetas de visita y una tira de billetes de lotería. Todo bien conservado, las alhajas se notaban de alto valor, sobre todo un reloj que leyó la marca: Rolex.
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El barrio de la Lagunilla famoso por su enorme tianguis dominical de compra y venta de toda clase de objetos, quizá reminiscencia del grandioso mercado Tlatelolca, de México-Tenochtitlan; tan cercanos de lugar pero tan lejanos en el tiempo. Conserva el nombre dado desde la época de la colonia, cuando por el crecimiento de la ciudad, quedó una pequeña laguna que formaba parte del gran lago de México, rodeada por las tierras que se le habían ganado a las aguas para construir más edificaciones; lagunilla ya desaparecida desde antes de la Independencia, pero el barrio siguió llamándose igual: La lagunilla.
Zona eminentemente comercial con mercados públicos de ropa, zapatería, artículos varios, comidas y rodeado de bazares de objetos antiguos, tiendas donde expenden vestidos de novia, de mueblerías con enseres de mediano costo, no de lujo; sino al alcance del presupuesto de la gente del pueblo y que alberga una población ambulante, comerciando infinidad de artículos diversos.
Manuel, mejor conocido por “El Chácharas”, disfrazaba su ocupación de comprador de chueco en alhajas y relojes, como vendedor de billetes de lotería. Era parte integral de la población del barrio. Conocía a todos y todos lo conocían. El mote provenía porque inicialmente fue propietario de un puesto en el tianguis, especializado en reparación y venta de relojes, que él llamaba sus “chácharas”. Para abastecer de mercancía su negocio, compraba boletas del Monte de Piedad que amparaban relojes, los desempeñaba y ofrecía en su puesto. Se acreditó como un buen comerciante y empezó a tener fama. Los raterillos del barrio lo buscaban cuando se querían deshacer de un botín y le entró al negocio de comprar lo hurtado. Por esta misma causa fue acosado por los agentes policiacos y con o sin motivo, extorsionado. Cansado de tantas acechanzas, no quiso tener más relaciones de soborno con la policía, decidiendo para evitarse mayores problemas, traspasar el puesto y dedicarse a la venta de billetes de la lotería; pero continuando a la chita callando, el comerciar con objetos robados.
Sólo, todos los días deambulaba expendiendo la suerte, principalmente en bares, cantinas y cervecerías. Era muy cauto, no había sido fichado por la policía; por tanto, unicamente cuando estaba muy seguro de la alhaja que le ofrecían, la compraba. Siempre ofreciendo la cuarta parte o menos de su valor real, dependiendo de la dificultad que tuviera para venderla entre los talleres de joyería establecidos dentro de los intrincados interiores de vetustos edificios de la calle de Tacuba, que se encargaban de desmontar la alhaja, fundir el oro para reusarlo y los brillantes engastarlos en otros objetos de valor.
Cuando por alguna investigación lo llegaban a detener, demostraba su honorable forma de vivir como vendedor de la lotería, debidamente registrado en la oficina expendedora de la Institución.
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Debido a su forma de vivir en celibato, Marito para satisfacer sus necesidades sexuales visitaba en forma ordenada el barrio de la Lagunilla. En tres calles, desde Santa María la Redonda hasta Brasil, en la llamada calle del “Organo”; pululaban infinidad de mujeres que vendían su cuerpo por dinero. Su oficio lo ejercían dentro de unos cuartuchos o accesorias en que la regenteadora del lupanar, colocaba de ocho a diez catres con divisiones de cortinas o mugrientas colchas, que usaban en forma promiscua, un mínimo de veinte mujeres en cada local; turnándose para salir a mostrar sus atributos cuatro a la vez, dos a dos a ambos lados de la puerta de acceso y, en cuanto una mujer era requerida como servidora sexual, al penetrar a ocupar el catre respectivo; en riguroso turno, otra ocupaba su lugar en la puerta del local.
En cierta ocasión, satisfecha su líbido sexual, Marito entró a una cervecería. Se acercó a la barra y pidió una cerveza. Al empezar a beberla, el parroquiano que se encontraba a su derecha le dirigió la palabra para brindar:
-¡Salud!- interrumpiéndole el acto de beber, Torres extendiendo el brazo acercaba su tarro al del recien entrado, para chocarlo. El Milusos suspendió el movimiento de empinar la bebida y volteó, bajo el tarro y mirando a su vecino de barra le contestó:
-¡Salud, amigo!- Chocaron sus tarros y ávidamente bebieron.
Comenzaron a platicar del tiempo, de sus chambas, algo de sus vidas y determinaron al término del líquido, pedir la siguiente, sentarse a disfrutarla y disfrutar la plática acompañada de la botana servida; mesa de por medio.
Marito no bebia mucho, no porque no le gustara; sino por miedo. Un ex presidiario como él debía llevar una vida recta, sin vicios, para evitar por todos los medios volver a pisar una prisión. También, Torres sólo tomaba tres cervezas y a casa; ninguna más. A punto de terminarse la tercera bebida; ambos ya casi despidiéndose, Manuel el Chácharas abrió la puerta de doble bisagra de le cervecería, se asomó para ver si había clientela, penetró, recorrió el interior para finalmente dirigirse a la mesa donde departían los casuales amigos. Saludó al barrendero con unos golpecitos en el hombro y ofreciendo los billetes a Marito; habló:
-¡Quiúbole Torres! ¿Cómo estás?... Lotería joven... es para hoy... tres varos el cachito, ¿qué número le gusta? Extendiendo los billetes como abanico sobre la mesa, ante los ojos del Milusos. Este no habló, se quedó pensativo mirándo a los ojos del billetero.
-¡Aquí mi buen Chácharas! -Contestó el barrendero-. Tomándose las tres de ordenanza.... -Marito le interrumpió, algó pasó por su mente que lo hizo invitar al billetero:
-Siéntese, le invito una cerveza... -Jaló hacia él y retirándola un poco de la mesa, le ofreció la silla que se encontraba desocupada a un lado de su lugar. De inmediato Manuel se sentó, dejando los billetes acomodados en una esquina de la mesa, sacó su pañuelo que lo utilizó para secarse el sudor que le corría por la frente, orejas y cuello. Agradeció la invitación expresando que en la calle, el calor era asfixiante y la bebida le caía de perlas.
Después de fraternizar durante el corto tiempo en que el Chácharas se bebió la cerveza invitada, éste satisfecho se levantó de la mesa indicando que tenía que seguir chambeando y se despidió de los otros dos. Marito pidió la cuenta, mientras el mesero la traía, Torres le comentó que aparte de vender lotería, Manuel se dedicaba a la compra venta de alhajas. Esta revelación impactó al Milusos que se quedó pegado a la silla. El barrendero pagó y externó una formal invitación para una próxima reunión, ya que los eventuales amigos habían coincidido en sus gustos y caracteres. Fijando día y hora, los ahora cuates salieron de la cervecería.
En cuanto llegó a su taller abrió el postigo, entró, prendió la luz y cerró de inmediato. Subió al tapanco y dentro de una viga de soporte, bien disimulada, había construído una cavidad que utilizaba como caja fuerte para guardar sus ahorros. Corrió una tapadera, de su interior sacó la cartera y las joyas. Revisó la tira de billetes y confirmó que aún le faltaban dos meses para su caducidad. Por esta causa había invitado al billetero, para ligar una amistad y ofrecerle la tira encontrada. El no se atrevía ni siquiera ir a revisar la lista de premios, por temor que descubrieran su hallazgo. Al conocer al Chácharas se llevó una grata sorpresa. Además de proponerle la revisión del billete, le ofrecería la compra del lote de joyas. Él, no osaba portarlas, mejor venderlas y tener un beneficio económico que lo utilizaría para rentar y amueblar una vivienda y dejar de vivir como chango -así lo refería él-, trepado en su tapanco.
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La familia de Torres aumentó durante los primeros años de vivencia en la capital, con tres hijos más: un varón y dos mujeres. Los primeros hijos nacidos en Zacatecas, en cuanto tuvieron edad, comenzaron a trabajar. El hombre al cumplir veinte años se casó y salió del hogar; pero Lupe la mayor, no estaba casada; en plan de broma comentaba ella que ya se le había pasado el camión y se quedó solterona. Los hijos menores trabajaban, el hombre de saquero con un maestro sastre y de costureras las dos menores.
La amistad entre los asiduos concurrentes a la cervecería, continuó. Llegado el 12 de diciembre, Torres invitó a Marito con motivo del cumpleaños de su esposa y santo de su hija, a comer un sabroso mole a su casa. Acudió al festejo bien vestido, con sus mejores garras -decía él-, que casi nunca usaba, solamente acostumbrado a vestir el overol de mezclilla sobre una sudadera como ropa de trabajo, y una chamarra cuando asistía a la reunión semanal de sexo y cerveza. Al llegar, Torres le presentó a toda su familia, siendo bien recibido por su carácter de servicio y entrega. Al conocer a la hija mayor, Marito se prendó de ella. Platicaron durante el convite congeniendo en sus ideas, sus pensamientos y en el físico. La solterona, por plática de su padre sobre su amigo, escuchó que era soltero y por tanto; se desvivió en atender al servicial Milusos.
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Cuando se reunieron por tercera ocasión, Marito le habló al Chácharas. Le corrió el rollo que se encontró una cartera tirada bajo el asiento de un camión, que contenía, además de doscientos pesos y unos documentos que tiró; la tira de billetes que le mostraba. Como el billete tenía una fecha atrasada y la lista del sorteo ya no aparecía en los expendios, le consultaba si el billete aún estaba en vigor y averiguara si resultó premiado.
Manuel no se tragó el cuento; aunque le dijo que si confiaba en él, le dejara la tira para revisarla y posteriormente le informaba. Esa misma tarde, casi al anochecer, cuando entregaba cuentas de sus ventas en la oficina expendedora para los ambulantes, supo que el billete fue reportado como robado y sólo obtuvo reintegro.
Al volverse a reunir, Manuel le entregó el billete, comunicó lo investigado y le aconsejó que más valía que se destruyera; si al pretender cobrar el reintegro y entregarlo a la oficina, estaría sujeto a un proceso de averiguación previa; asunto que no convenía a ninguno de los dos. Frente a los compañeros de mesa, rompió en pedazos la tira, los hizó bola y arrojó a la basura.
Entonces Manuel se abrió de capa y mirando al Milusos a los ojos, fijamente, le dijo que mentía. La cartera era de piel muy fina, muy valiosa, ningún pasajero usuario de los camiones, portaría un objeto de ese valor; de por sí, la gente muy jodida, la que utiliza los camiones, ni a cartera llega. Por ese motivo pensaba que en alguna casa, cuando realizaba una chamba, se la había robado y esa era la verdadera causa por lo que lo metieron al bote.
Marito se espantó, se levantó de la mesa, se despidió y abandonó el lugar de reunión.
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Lupe empezó a trabajar a los dieciséis años, su chamba: costurera en una maquiladora transnacional. Ahorró algo de dinero y con el apoyo del padre, adquirió en abonos al mismo taller donde trabajaba, una máquina de coser de las que descontinuaban al cambiarlas por equipo más moderno. La llevó a su casa para coser allí mismo, lo que la maquiladora le entregaba como trabajo a destajo. Su madre le ayudaba por las tardes, permitiéndole con el tiempo libre, estudiar una carrera corta. Ingresó a una escuela comercial, donde después de tres años de estudio, se recibió de secretaria ejecutiva con nociones de inglés. Al colocarse en su nuevo trabajo, dejó la cosedora reemplazándola en su puesto, una de sus hermanas menores.
Fue aceptada como secretaria en un partido político cuyas oficinas se encontraban en la calle de Insurgentes Norte. Cuando el instituto político se cambió a su nuevo edificio sobre la misma avenida calles más al norte; la muchacha por su capacidad, subió de escalafón hasta llegar a ocupar el cargo de secretaria de uno de los dirigentes del partido.
Lupe no era fea, de cuerpo delgado que cubría con trajes estilo sastre que le daba aspecto de mujer de mayor edad, con el cabello asilado y recogido en un chongo, una apariencia de religiosa. Muy seria, no atraía a los galanes, lo que confirió a su jefe mayor confianza, respetabilidad en el puesto y a ella, seguridad en su trabajo.
Al conocer a Marito, le dio un aire de juventud. Le agradaba físicamente: de aspecto varonil no muy guapo, cuerpo fornido, de tez moreno claro, bigote bien arreglado, pelo a la casquete regular peinado con raya lateral y de estaura adecuada a la suya. Aunque su trabajo y cultura fuera de un obrero independiente, trataría de conquistarlo. Sabía que quizá representaba su última oportunidad de casarse y tener al menos un hijo. Tenía muchos deseos de ser madre. Aún no cumplía los cuarenta años y no quería irse invicta en esta vida.
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Le agradaba Lupe, pero lo pensaba mucho. Los años de encierro en la prisión y el tiempo de vivir en el tapanco, en soledad, también aislado como si siguiera en la celda; lo reprimía. La amarga experiencia de la anterior unión que lo abandonó en una época difícil, abandono justificado; lo desanimaba. Por otra parte no la podía llevar a vivir al tapanco. Sus ahorros no alcanzaban a cubrir los gastos para montar una vivienda, sólo vendiendo las alhajas podría hacerlo y tenía miedo.
En su reunión semanaria con Torres le habló derecho. Le mostro los documentos de libertad donde se especificaba el porqué de su encarcelamiento, los años de prisión y su excelente conducta dentro del penal. Le habló de la mujer con la que se unió libremente y los hijos que tuvo y de la nueva vida que había empezado en completa soledad; quedándose callado un momento, le preguntó:
-Mira Torres, me conoces de poco tiempo para acá; pero sabes que soy trabajador y sin vicios... ¿Qué te parece si me relaciono con tu hija y te pido su mano para casarnos por las tres leyes? ¿Me aceptas como yerno?...
Torres levantándose de la silla, le contestó:
-¡Claro que sí! -exclamó-, es un orgullo para mí tenerte como yerno. Ahora unicamente falta que se lo pidas a Lupe. -Extendiéndole los brazos se unieron en un efusivo estrujón.
-Gracias Torres, mañana voy a tu casa a pedírselo. Hoy nó porque le daría la patada de cerveza. Te suplico le mandes mi recado que voy a saludarla. No le digas el propósito. -Respondió el Milusos.
-Mira, no creo que tengas negativa. Ella le ha comentado a su madre que le interesas. Lo único que me preocupa que una vez que te cases, nuestras reuniones se terminaran. -Con pesadumbre contestó Torres.
-No hombre, continuarán. Ahora serían en la casa que le ponga a Lupe, en vez de vernos aquí, nos reuniremos en casa, más tranquilos.
-Pero tendré que dejar de trabajar por las tardes, o... Bueno, creo que ya va siendo hora de que inicie los trámites de mi jubilación, así no habrá ningún impedimento. -Terminado el diálogo y la última cerveza, se despidieron y abandonaron la taberna.
Marito hizo la finta se irse, pero regresó. Esperó en la esquina a que apareciera el Chácharas; pero éste no llegó. Al día siguiente, pensó, vendría al barrio a buscarlo. Estaba decidido a casarse.
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-¡Quiúbas Marito! Óra qué vientos te arrastraron por acá... No es el día, ni el lugar, ni la hora de reunión. -El Chácharas le llegó por la espalda, cuando él de pie, lo esperaba en la esquina de las calles de Allende y Órgano, afuera del cabaterucho de mala muerte, de rimbombante nombre: “Molino Rojo”.
-Nada Manuel... No me lo vas a creer; pero te ando buscando...
-Desembucha aquí, o prefieres en otro lado, o vamos a la cervecería, tú decides... -le replicó Manuel.
No en la mesa de siempre; sino en la un rincón, en solitario le contó la historia de su hallazgo. Manuel guardó silencio, después le contestó:
-Ahora si te creo, el rollo anterior no me lo tragué... Pero para hacer negocio, necesito ver la mercancía...
-Tú me dices donde, aquí nomás nó-. Te espero en dos horas en los billares de la calle de Cuba. Ahí nos vemos.
Puntualmente se reunieron. En los sanitarios del billar le mostró el lote. Manuel lo revisó. Le interesó el contenido sobre todo un reloj Rolex cuajado de brillantes. Le ofreció una cantidad que nunca se imaginó escuchar Marito, explicándole:
-El lote es muy bueno, eso te lo digo a tí que eres cuate y persona decente. Te ofrezco más de lo que siempre ofrezco sólo porque tú no eres rata y sé para que necesitas la feria... ¿Qué dices?...
-Ni hablar, que en eso quede, -Sin pensarlo dos veces le respondió asombrado por el importe de la oferta. Nunca imaginó que recibiría tal cantidad de dinero.
El Chácharas envolvió el lote y trató de guardárselo, siendo interrumpido su movimiento por el Milusos:
-Momento Manuel... el trato será dando, dando. No es desconfianza; pero creo que así es mejor para ambos.
-No pensarás que cargo esa cantidad en la bolsa, ¿Verdad? Entonces déjame juntarlo y nos vemos de ésta próxima reunión, a la siguiente; o sea, de ayer en dos semanas. No es fácil juntar tanta lana. Nos reunimos en la cervecería, ¿OK? -le propuso el Chácharas.
-¡OK! Pero antes de que llegue Torres, unicamente es asunto de los dos. -Estando ambos de acuerdo en lo pactado, salieron del billar.
En cuanto llegó a su taller, subió al tapanco y guardó el paquete en su caja secreta. Luego continuó con el trabajo normal de su negocio que tenía pendiente por cumplir; llegada la hora de cerrar, salió con una petaca deportiva que contenía sus artículos de aseo y ropa interior limpia, a los baños públicos. Bañado y acicalado, listo en su arreglo personal, no resitió la tentación: Cogió del paquete una sortija con un pequeño brillante al centro y dos esmeraldas engastadas a los lados, y se dirigió a la casa de Torres.
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-Licenciado, le tengo buenas noticias para Ud. -Lupe se dirigió a su jefe en cuanto éste pisó su despacho privado.
-Dime Lupita ¿de qué se trata? -Preguntó el dirigente político.
-Anoche pidieron mi mano, licenciado; que me caso y aún no sé si continué trabajando. No lo he platicado con mi novio; pero de no continuar, se verá Ud. librado de mi presencia.
-¡Felicidades Lupita! Y a era hora ¿Verdad? Tu novio se va a sacar la lotería contigo. ¿Cuándo es la boda?
-El mes que entra licenciado. Voy a pedirle quince días de permiso y el mes de vacaciones que me corresponde. Con este tiempo será suficiente para arreglar todo lo de mi boda y el viaje de luna de miel. La ceremonia será muy sencilla, después le traeré la participación y quizá; si su tiempo lo permite me apadrine en lo que Ud. guste... al regreso le decidiré sobre mi permanencia con Ud.
-Ya veremos...- Le contestó el Licenciaco, acercándose a ella para felicitarla con un abrazo. Previamente al estrechar su mano, le llamó la atención la sortija que lucía en el dedo, y le preguntó:
-¿Es tu anillo de compromiso? ¿Te lo dio tu novio?... -Sin mostrar ninguna alteración en su dicción ni en su semblante, le tomó la mano, aproximó la vista a la sortija y como admirándola, la revisó. La reconoció. Era el anillo que le regaló a su esposa en el décimo aniversario de bodas. Sin decirle nada, la felicitó, diciéndole:
-Está muy bonito!... Se nota que es caro... Bueno Lupe, ¡Muchas felicidades! -la abrazó y volvió a saludarla de mano.
En cuanto la secretaria salió del privado, se sentó en su sillón ejecutivo, tomó el teléfono y llamó al servicio de seguridad. A pocos minutos se presentó un oficial de Gobernación. Le explicó lo sucedido desde el robo hasta la aparición de la sortija; dándole las siguientes indicaciones:
-Localice e investigue al novio de mi secretaria. No lo detenga. No lo golpee. Haga una investigación técnica. Necesito recuperar todo lo que fue robado; esta es la finalidad principal de su averiguación. No quiero escándalos, ni motivos para que la noticia salga a la publicidad, ni ningún tipo de alboroto nocivo para mi persona y el Partido...¿Entendido?
El oficial de seguridad inició de inmediato su investigación. Se dirigió a la oficina de personal y obtuvo el expediente de Lupe, anotó unos datos en su libreta y, a la salida del trabajo la siguió hasta su casa y montó guardia. Casi anocheciendo llegó Marito invitando a su novia a cenar, acudiendo a un merendero a degustar un rico atole con deliciosos tamales. Al despedirse el Milusos, lo siguió hasta llegar a su taller. Se informó cómo se llamaba y en sus oficinas con su nombre, buscó los antecedentes policiacos descubriendo, su permanencia en prisión.
Al día siguiente, llegó acompañado con un joven policía, como pareja suya y un experto cerrajero de la institución de seguridad. Desde su auto estacionado en la esquina próxima, montaron vigilancia. Marito tuvo que salir a realizar un trabajo a domicilio y cerró. El joven pareja del oficial, lo siguió. El cerrajero de inmediato bajó, caminó hacia la cortina del taller, con su equipo abrió el postigo y se plantó a la puerta. El oficial entró a catear el local, revisó todo. movió todo y lo colocaba en su mismo sitio. Cajones, botes, el tapanco, todo y no encontró nada. No descubrió la caja fuerte de Marito. Salió, cerraron y en el auto esperaron al otro policía. Al regresar una hora después, informó: Todo normal, de rutina, llegó al domicilio, realizó el trabajo, salió y regresa al taller. Sin novedad.
El día de la reunión, lo vigilaron desde su salida, la llegada a la zona de tolerancia, ocuparse con una mujer, acudir a la cervecería, reunirse con Torres al que ya conocían como padre de Lupe, y su retorno al taller. Nada. Estaba limpio. Sin proceder correspondía con los datos de buen hombre y honrado obrero, que habían recabado preguntando sus referencias con el pretexto de emplearlo para que les hiciera un trabajo. No obstante, no dejaron de vigilarlo.
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A la semana siguiente, Marito salió temprano cargando la petaca donde guarda su herramienta. Acudió a la casa en que le solicitaron un servicio; reparó el aparato que le habían confiado para su arreglo, cobró y salió. Se dirigió a la calle del Órgano y cumplió con sus deberes y necesidades de hombre y luego a la cervecería, una hora antes de su reunión habitual. El agente y su ayudante, tras de todos sus movimientos.
Minutos después, el ayudante vió acercarse al Chácharas y le informó al agente:
-Mi jefe, mire: ...Ése que viene allí enfrente, es un conocido comprador de chueco, muy hábil, no se le ha podido comprobar nada, su tapadera es vender lotería...camine, que no note que vigilamos.
El billetero entró a la cervecería, fue el mingitorio, después se asomó por entre la puerta de doble bisagra, observando hacia la calle. Le pareció reconocer a alguien de la policía. No vio a nadie y caminó hacia la mesa donde lo esperaban.
Se sentó junto a Marito, pidió una cerveza y empezó la plática seguidamente de chocar el vaso, con el que en la diestra levantaba el obrero, expresándole:
-Aquí muy cumplidor mi buen Marito... ¿Traes el paquete? -preguntó.
-¿Traes el dinero? -respondió el Milusos.
Manuel sacó un paquete envuelto en papel periódico pegado con tiras de papel engomado, de la que llaman paspartú. Rasgó el periódico y mostró los billetes. Marito sacó de su petaca el envoltorio lo desanudó y presentó las alhajas.
-Dando, dando, -dijo uno-... -Dando, dando, -replicó el otro.
Manuel se guardó el lío en el interior de su saco, en un pequeño morralito que colgaba lateralmente de su cuello. Marito introdujo el suyo, en la petaca de herramientas. Casi al terminar la cerveza, el policía ayudante penetró a la taberna con rumbo al mingitorio; con el rabillo del ojo, observó al comprador sentado junto al miedoso, en ese momento vendedor.
El Chácharas desconfiado, sospechó de la persona que vio entrar, le pareció ser el policía que atisbó en la calle. Sin terminar el resto del vaso, se despidió y salió de prisa. El policía desde la puerta del baño se dio cuenta que ya no estaba el billetero; casi corriendo abandonó el lugar y llegando a su jefe, le gritó:
-¡Ese es el contacto!... Estaba sentado con el sospechoso ¿Vio para dónde se fue?...
-¡Sí, sigámoslo! ¡Allá va! -iniciando la persecusión, le contestó.
Manuel dio vuelta en la esquina por la calle de Ecuador, cruzó la calle y por la primera puerta del mercado de ropa, se introdujo. Trató de perderse serpenteando entre los puestos, para finalmente abandonar la nave por la última puerta que da a la calle de Rayón. El ayudante más joven dejó atrás a su jefe. Cuando lo vio correr por la mitad de la calle, con un grito le paró el alto:
-¡Policía, deténgase!... El Chácharas dio la vuelta, con un movimiento rápido de su manga sacó una pistola y disparó al policía, hiriéndolo en una pierna, cayendo éste al suelo... aún tirado, sacó su arma y amenazándolo con gritos, disparo tres veces al aire sin apuntarle al prófugo, para evitar lesionar a un inocente. El billetero continuó corriendo con la pistola en la mano, mezclándose entre los peatones.
El policía de guardia de la tercera delegación, ubicada en la esquina del lugar de los hechos, se encontraba comiendo en una fonda del mercado. Al escuchar los tiros, se levantó de la mesa y alcanzó a ver al delincuente correr hacia la calle de allende. Desenfundó su pistola y soplando en forma intermitente un silbato, lo persiguió. El Chácharas se detuvo, giró empuñando el arma y antes de que volviera a disparar, el uniformado accionó primero acertando en el pecho del hábil billetero. El cuerpo tendido en forma grotesca se desangraba, exhalando un último suspiro cuando el policía con mucha precaución, se acercó al cuerpo.
El agente de Gobernación llegó atrás del uniformado. Se identificóy el policía se cuadró ante él. De inmediato, en cuclillas, procedió a esculcarlo. Encontró el morral con el botín adentro. Lo guardó, ordenando al policía que vigilara y a los demás agentes que acudieron al sitio, retiraran a los curiosos que en torno al cuerpo de Manuel, se agolpaban. Se levantó y miró alrededor; el cadáver boca arriba quedó sobre la banqueta de la calle libertad, justo al frente del cabaret de ínfima categoría: “El Imperio”, que mucho frecuentaba el billetero y en cuya marquesina se leía: HOY “Orquesta de Arturo Nuñez” y sus cantantes. Al momento de retirarse una alma caritativa, una mujer del pueblo, tapó con una sábana blanca el cuerpo del difunto y otra colocó una veladora encendida, que minutos después se multiplicaron por arte de magia.
Encaminó sus pasos hacia la Delegación. Entró al servicio médico donde atendían a su pareja que cojeando, lo trasladaron otros policías. El balazo penetró en sedal sin tocar hueso ni arterias, no era de peligro y sanaría en pocos días. A continuación habló con el agente del Ministerio Público presentando sus credenciales, le comentó lo sucedido en voz baja, casi al oído y el funcionario asintiendo todo los que escuchaba con movimientos afirmativos de la cabeza, aceptó lo que el agente le explicaba. Sin problema alguno, posteriormente se retiró de la delegación.
•••
Cuando le daba el último sorbo a la cerveza que estaba tomando en compañía de Manuel, llegó Torres. Le platicó que llegó el Chácharas y sin explicación alguna, salió rápidamente. Pidieron sus bebidas y al darles fin a las tres de ordenanza; charlando con respecto a la boda, se despidieron.
Antes de ir al taller, dirigió sus pasos hacia la satrería donde trabajaba el hijo de Torres, su futuro cuñado, para que le tomaran medidas de su tacuche para la boda. Se sentía rico y no quiso comprarlo en las tiendas del barrio, quería uno a su medida. Mañana le entregaría el dinero a su novia para la adquisición del vestido y del ajuar de boda, hoy nó; aunque era un riesgo llevar tanto dinero, apestaba a cerveza y a mujer comprada. No se sentía limpio.
Abrió la puerta de su taller y rutinariamente prendió la luz, cerró y subió a su tapanco. Sacó el paquete de la petaca rasgando el papel periódico en que estaba envuelto y ...¡Oh sorpresa!...Sólo los fajos colocados por el exterior del paquete, eran billetes. Los fajos centrales eran de papel periódico perfectamente recortados del tamaño real de los billetes... ¡El Chácharas lo había timado!
Pensó en salir de inmediato a buscarlo; pero ...¿en dónde? No sabía a esa hora en que lugar encontrarlo... Se tranquilizó. Mañana por la mañana lo rastrearía para reclamarle su fechoría. Empezó a contar el dinero recibido... el importe era más que suficiente para sus necesidades: boda y vivienda. Por tanto dejaría para la próxima reunión de la semana siguiente, la reclamación. Guardó el dinero en su caja fuerte, rompió y tiró a la basura los papeles simulando los billetes; se desnudó, se acostó, apagó la luz y pensando en su novia a la que le cumpliría todos los compromisos contraídos, se durmió a pierna suelta.
•••
Así estuvo todo licenciado. Ud. dice si voy por el plomero y lo encierro. -Le informaba el agente de Gobernación al secretario del partido, mientras él revisaba el contenido del morral.
-Nó oficial. No es necesario. Aquí está todo lo robado. Lo de la cartera no cuenta, era poco dinero. El billete de lotería no valía la pena, de los documentos ya obtuve duplicado. Sólo falta la sortija; pero creo que bien vale la pena como regalo de bodas o como pago por la recompensa de recuperar las alhajas. Sin esta pista nunca hubiera vuelto a verlas; es más, ya me había resignado a la pérdida... Pienso que mi secretaria se merece además un regalo de bodas de buen precio, por su circunstancial ayuda. -Le comentó como respuesta al agente, el dirigente partidista.
-Lo más probable es que el ratero cómplice del que detuvieron- ocultó el botín durante todo este tiempo. Se contactó con el muertito y éste le compró el lote, sabedor que el plomero necesitaba un anillo se lo vendió, y seguro hoy lo fue a cobrar cuando los encontramos reunidos. En su bolsillo traía una buena cantidad de dinero, lo vi cuando lo registré.
-Sí, así debe de haber sucedido. Pero dígame: En la investigación del muertito no estoy involucrado en nada ¿verdad? -preguntó.
-En nada señor. -Con firmeza le contestó-, mi ayudante declaró que fue herido -y hay muchos testigos-, por el billetero, cuando éste con habilidad, lo había robado calles atrás y lo perseguía para detenerlo. La cantidad inusual de dinero que llevaba fue prueba de ello; así, daremos fin al asunto. Mi ayudante es incondicional mio y no hablará nada.
-Según me comenta, el novio es una persona honrada sin culpa del robo y mi secretaria está fuera de toda duda, ¿Así es?...
-Afirmativo señor Licenciado, así es.
-Bueno, eso es todo. Muchas gracias. Dé carpetazo al asunto y nuevamente, gracias por su discreción. Su actuación le será tomada para su futura promoción.
Terminado el diálogo con el agente, el político, tranquilo, se arrellanó en su sillón, esbozando una sonrisa de satisfacción se colocó en el pulso, el valioso Rolex que le había sido hurtado.
•••
Un año se cumpliría dentro de pocos días, de la muerte de Manuel. Torres y Marito, el primero ya jubilado, se encontraban reunidos tomando sus cervezas de rigor, pero ahora ya no en la cervecería; sino en el hogar del buen Milusos, tal como lo predijo éste tiempo atrás. Sentado en la mesa del comedor, con un brazo cargaba a su hija recien nacida: Lupita III, y con el otro brazo levantado sostenía en la mano el vaso de cerveza con el que brindaba con su suegro, mientras Lupe, ahora feliz esposa, les preparaba una botana.
Marito, a sus múltiples oficios, agregaba otro más: el de padre orgulloso y fiel esposo, con una hija y una mujer que tal como cuando la conoció, se desvivía en atenciones para él. Jamás regresó a la Lagunilla; olvidó sus antiguas correrías de soltero, dedicándose en cuerpo y alma a su trabajo y a su hogar. Nunca supo la pareja, que estuvieron en un tris de que su felicidad actual, pudo haber sido trastocada por la decisión del político, que los hubiera convertido, quizá en personajes de una tragedia más de la vida, de las muchas tragedias que ocurren a diario en los barrios de esta hermosa; pero cada día más difícil para vivir: Ciudad de México.
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