Nació en un miserable municipio de los cientos de miserables municipios que hay en la República, dentro de un valle árido de los también cientos de valles áridos que conforman el país. En el seno de un hogar muy humilde pero bien avenido. Fué la quinta de un total de siete hijos, dos varones los mayores, y cinco mujeres. Su hermana mayor en posición la llevaba una diferencia de ocho años, diferencia que había sido ocupada por varios abortos naturales y un nacimiento, que a los pocos días de efectuarse, murió la criatura.
Blandina de nombre, creció sin carencias. Los hermanos mayores le ayudaban al padre en las labores del campo, además de contar cada uno con su parcela que el ejido les había repartido. Las hermanas mas grandes de edad se habían colocado como sirvientas, por tanto, los ingresos aunque mínimos les permitió a ella y sus dos hermanas menores crecer sanas y bien alimentadas.
A sus catorce años de edad, era una india otomí muy bonita, de cara risueña, cuerpo espigado muy bien formado y proporcionado. Desde los doce años atrajo la atención de los muchachos, sobre todo cuando se colocaba entallado a sus caderas un pantalón corto, haciendo resaltar un primoroso par de piernas morenas, típico color de piel de la raza que habita la región.
Por su belleza su madre no la dejó trabajar ni estudiar más. Fué la primera hija que terminó la primaria y luego luego, a casa, a trabajar en los quehaceres domésticos, preparando el nejayote, sacar el nixtamal y molerlo en el metate para preparar la masa,que enseguida la convertían en las sabrosas tortillas en el comal colocado sobre el fogón previamente calentado. En los trabajos del padre, en la cosecha de lo poco que producen las estériles tierras, desgranando las mazorcas del maíz, limpiando el frijol y las habas y cuidando las aves de corral que en la parte trasera de la casa, mantenían.
No es de asombro que en esta región las mujeres se casen muy jóvenes antes de cumplir los quince años, primero porque salen de casa y es una boca menos que alimentar y un cuerpo menos que vestir, benéfico para las depauperadas economías del hogar, y segundo por la precoz pubertad, siendo muy frecuente que niñas de menos de trece años sean madres yá. Por eso los cuidados y atenciones que para ella, tenía su progenitora y sus hermanos.
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Justino un muchacho muy trabajador, era huérfano. Sus padres murieron uno tras otro en un corto período de tiempo. Dijeron que por males estomacales que les redundaron en tifo, pero realmente la mala alimentación y el exceso de trabajo les había minado su débil organismo que fué caldo de cultivo para cualquier enfermedad.
Con sus ahorros pudo comprar una camioneta que utilizaba para transportar el producto que comercializaba. Se dedicaba a la venta de alfalfa que adquiría por el Valle de Tula, y rancheando de pueblo en pueblo y de casa en casa, vendía.
Vivía solo con su abuela paterna, vieja ya pero con fuerzas de los viejos de antes, de los que ya no se dan por estos tiempos. India otomí de pura cepa con vitalidad suficiente para prepararle los alimentos y lavar su ropa, al nieto. Justino le correspondía con mucho cariño; el amor que ya no le dispensaba a la madre ausente, ahora se lo prodigaba a la anciana abuela.
Conoció a Blandina cuando pasando frente a su casa, ésta salió a comprarle alfalfa. Se prendó de ella. Pasaba rutinariamente por la población cada semana y desde su encuentro lo efectuaba dos veces y luego hasta tres veces en el mismo período, sólo con el propósito de hablar con la muchacha o conformándose tan sólo con verla desde lejos. A ella no le desagradaba su presencia: alto, moreno, de rostro perfilado y cuerpo musculoso y siempre muy limpio, personalmente y de ropa. Se hicieron amigos y posteriormente ante los requerimientos de él, aceptó ser su novia. El muchacho pensaba bien, primero se presentó ante los hermanos externándoles su deseo y posteriormente con los padres para formalizar su relación. Fué aceptado por la familia, como novio oficial.
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El Presidente Municipal como todos los elegidos por el dedo del sistema en ejercicio del poder, se consideraba dueño de vidas y haciendas. De familia desarraigada, incapaz de respetar la ley y aplicar su mando a fuer de ser lambiscón de la familia caciquil que mangonea a su arbitrio, los destinos del Estado. Manejaba el Municipio a su propio entender, pasándose por el arco del triunfo toda acción legal, haciendo de su justicia personal, la justicia estatutaria.
De talla mediana, robusto, piel morena tostada con rasgos propios de su raza, bigote ralo sobre el labio y largo y lacio como cerdas a partir de la comisura de los labios, su presencia no imponía respeto, sino miedo, además de voz potente un fétido aliento entremezclado de pulque y ron corriente, lo caracterizaba.
Un tipejo así, abyecto, valentón, inculto, cuya educación solo le permitía leer tartamudeando y escribir con trazos primarios, causa de la cual se jactaba, diciendo que no necesitaba saber escribir, que para eso estaban las máquinas y las secretarias que lo hacían por él.
Representaba el mejor prototipo de mandatario que los pueblos sumisos como el nuestro, tenemos en las regiones donde las etnias nacionales predominan y en aquellas cuya fuente principal de cultura y trabajo es el cultivo de la tierra; es decir, campesinos inmersos en la miseria y la insalubridad. Prototipo preponderante en una vasta región de la República sostenidos por el apoyo del régimen dictatorial que gobierna al país, y por la población que no protesta, por miedo e ignorancia de levantar la voz de oposición a esta cáfila de mandatarios.
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Meses después, Justino como huérfano requirió la presencia de Don Tacho -el productor agropecuario que le vendía la alfalfa-, como compañía para ir a pedir la mano de la novia. No tuvo problema alguno. Los padres y los hermanos conociendo la calidad moral del muchacho y su situación económica que le permitiría mantener a Blandina, le otorgaron el permiso para que se casaran.
Empezaron los preparativos. Como es costumbre en la región la boda la patrocinan los parientes, los amigos y las personalidades prominentes del Municipio. Don Tacho y señora, los padrinos principales cargando el costo de la misa y la velación; del vestido de la novia y el ramo: las hermanas; de lazo: su amiga Rufina. Y así sucesivamente, padrino o madrina para todo: de anillo, de arras, de cojín, ...etc, etc. Sólo faltaba el padrino para la música. Como era la partida más costosa recurrirían al Presidente, para solicitar su apoyo. Blandina en compañía de sus hermanas acudieron a sus oficinas para verlo.
Lo encontraron saliendo de la presidencia, le detuvo plantéandole la petición y, el Mandatario regodeándose con la figura de la muchacha, dijo:
-Mire señorita, voy de salida. No hay problema con su petición. Encantado de ser su padrino, pero venga otro día y me trAe los costos, ¿De acuerdo? .
Los ojos de las muchachas brillaron refocilándose por la aceptación. Todo estaba arreglado, no faltaba ningún detalle.
Próxima la fecha de su boda, Blandina fué a probarse el vestido con la costurera del pueblo, al salir una camioneta la estaba esperando; era el Presidente.
-Súbase futura ahijadita. Vamos a mi oficina, voy a entregarle lo que necesita para pagar a los músicos.- Confiadamente abordó el auto-.
No fueron a la presidencia, con labia le mentía hacia donde se dirigía. Enfiló con dirección a las afueras del pueblo entrando a un rancho de su propiedad. Se detuvo frente a una construcción y la invitó a bajar:
-Bájese ahijada, aquí en mi despacho tengo el dinero...
-¡No! -asustada respondió-. Por favor... regrese al pueblo...
-No se asuste ahijada, no le vá a pasar nada, ándele acompáñeme.
Ante las reiteradas negativas abrió la portezuela y le tomó el brazo invitándola nuevamente a bajar. No quiso. Entonces con fuerza, de un jalón, la bajó. Ante el rehuse de entrar a la propiedad la metió a empujones y con lujo de violencia, adjudicándose el derecho de pernada, en el sofá de su despacho; la violó.
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Los hermanos inflamados de odio llegaron a reclamarle al Ciudadano lo execrable de su acción. No los recibió. Entonces desde afuera de las oficinas le gritaron todos los improperios conocidos. Sin inmutarse, les mandó a los policías municipales que acudiendo en montón, les propinaron a los hermanos una senda madriza, que si su alma estaba golpeada por la deshonra de su hermana, ahora también su cuerpo sufría por los toletazos recibidos de los uniformados.
Justino al tener conocimiento, su primera reacción fue ir a matarlo a como diera lugar. Los hermanos lo detuvieron. Entonces tramó un plan: Lo esperaría por la noche, cuando saliera de la cantina que acostumbraba concurrir. Lo increparía y si respondía, a la menor oportunidad que tuviera se la jugaba acuchillándolo. Al tercer día del plan se le presentó la ocasión, pero no tuvo los resultados buscados, al contrario, los guaruras que protegían al Munícipe principal, lo impidieron. Lo golpearon y quitaron el cuchillo, doblándole los brazos por la espalda lo inmovilizaron presentándoselo al jefe, que con leperadas y vociferando amenazas, se dirigió al muchacho:
-¡Si quieres vivir, lárgate del pueblo!, ¡Si te veo mañana te mato!- Y sacando la pistola le disparó a los piés, tomando luego el arma por el cañón le tiró un cachazo que Justino esquivó. El golpe lo recibió en el cuello, safándose de las manos de los guaruras, cayó al suelo.
-¡Imbécil!-. Le gritó al mismo tiempo que estando tirado, lo pateó sin misericordia, ordenando a los policías que se acercaron al oir el balazo, las disposiciones siguientes:
-¡Que se largue del Municipio y del Estado! ¡Lo escoltan hasta que vean que cumple con lo que ordeno!, ¡Hoy mismo!-. Dando media vuelta le dijo a su acompañante:
-Regresemos a echarnos otra para quitarme el mal sabor de boca que me dejó este indio, y otra más para que se me baje el coraje-. Junto al amigote y los guaruras, entró nuevamente a la piquera.
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Juntó sus pocas pertenencias y las subió a la camioneta, luego le explicó a su abuela lo sucedido y procedió a despedirse de ella, la cual entre lágrimas y abrázandolo, casi colgándose de su ropa, le dijo:
-¡Di’una vez despídete pá siempre ... !, ya no me alcanza el aliento para esperarte ... dentro de muy poco me voy a morir y sin verte será más de prisa...-. Las lágrimas corrían por las arrugadas mejillas de anciana secándose en la camisa de Justino rápidamente, tan rápido como las escasas lágrimas que como lluvia, tardan en secarse en los polvorientos campos de labranza del estéril valle.
Salió de su casa dejando previamente dinero a la anciana. En camino le encargó a su vecina Gudelia que de vez en cuando, le echara un ojo a las necesidades de la abuela y, en cuanto tuviera un domicilio fijo le escribiría para remitirle su dirección y dinero para cubrir los gastos que hubiera efectuado. Seguidamente partió para la casa de su novia aun escoltado por los policías; y llegando; la llamó:
-Andy, soy yo, sal por favor... vengo a despedirme...
La muchacha salió cabizbaja. Se sentía sucia, manchada, sin ánimo, avergonzada, sin levantar la vista se disculpó:
-Perdóname, no supe defenderme ...
-No te preocupes, yo te quiero y no me importa lo que te pasó. En cuanto me ubique vengo por tí...
-¿Por que te vas?,-con ansiedad le preguntó.
-Este desgraciado me corre, mira, ahí traigo a sus vigilantes-.
No le contestó, se quedó callada un momento y de pronto, le espeta:
-¡Espérame!.- gira sobre sí misma, entra a su casa y ráuda regresa con una pequeña maleta.
-Ye voy contigo!...-aborda la cabina de la camioneta, y aún sin reponerse de la sorpresa, Justino arranca el motor y parten.
No hubo por ende, boda.
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La escolta lo siguió hasta los límites del municipio colindante al de marras. No salió del Estado. Solos continuaron, llegando de madrugada a la casa de Don Tacho. Esperó en la camioneta a que amaneciera y se levantara el productor. Al verlo le platicó los hechos y de inmediato, con su ayuda consiguió avencindarse en una población cercana a Tula, -San Marcos-, Posteriormente lo recomienda en una mueblería local para que con crédito avalado por él, adquiera lo indispensable para amueblar su primer hogar.
Esa, su primera noche y varias más, Justino no tocó a la joven. La respetó por su posible trauma de la violación. A la semana Blandina cumplió sus quince años. Él llevó un pastel y brindando con refresco, festejaron juntos, su cumpleaños. Al acostarse, la muchacha lo abrazó, le agradeció que la hubiera aceptado como llegó ... y lloró. Esa noche festejarían la noche de su boda. Justino correspondió a sus caricias y entre sollozos de ella y besos y palabras de consolación de él, se consumó el matrimonio de la joven pareja. Así empezó su feliz, pero corta vida de casados, echando al olvido el oprobioso suceso de la violación.
Una semana después de cumplir nueve meses de la salida del pueblo, Blandina dió a luz a una niña, con gran parecido a ella. Agradeció a Dios por el natalicio, tenía tanto miedo que fuera varón y su fisonomía fuera semejante al del violador, parecido que quizá causara disgusto a su pareja y su unión se desbaratara. Fué lo contrario, su enlace, con esta niña, se amacizó.
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Se conmemoraban las fiestas del Santo Patrono del pueblo. En un costado del jardín principal se colocaron los juegos mecánicos, los stands de tiro al blanco, las mesas de canicas, de futbolitos, de globos, de juegos de azar, de hot-cakes, que se concesionaban al dueño de las atracciones. Y los puestos de comidas y fritangas, de pan de anís y ajonjolí, de chucherías y el ensordecedor merolico que vociferando por el micrófono vendía artículos de plástico y losa para las cocinas; terminaban de rodear el rectángulo del jardín. Sólo quedaba libre el frente de la Iglesia, donde se montaba el tradicional castillo de fuegos de artificio.
En una calle lateral, se permitía la colocación de carpas de lona donde se expendían bebidas embriagantes. Ya entrada la media noche, en una carpa que tenía como variedad a una cantante folklórica, ebrio el Presidente Municipal se sobrepasó con la artista, la atrajo jaloneándola hacia sí, la sentó en sus piernas y trató de acariciarla soezmente. Uno de los integrantes del mariachi salió a su defensa, y sin medir consecuencias, el arbitrario Alcalde sacó de la cintura su pistola y le disparó, matándolo. Los demás integrantes se abalanzaron contra él, disparando nuevamente hirió a dos más y a la cantante la cañoneó, antes de que lo desarmaran. Y cuando empezaban a golpearlo, llegaron los policías, lo defendieron, lo custodiaron y permitieron su fuga.
Muy de mañana, el beodo mandatario fué a presentarse ante su padrino político para narrarle el incidente de la noche anterior, manifestándole que lo ocurrido fué en defensa propia. El cacique estatal no le creyó y le sentenció:
-Mire mi Presidente, ya estoy hasta el gorro de sus estupideces... más le vale que se pinte. No cuenta con mi apoyo, yo no soy su tapadera... ¡Lárguese del Estado!, si vuelve es por su propia responsabilidad...
-Pero mi jefe, le juro que pasó como le digo...
-¡Callese y lárgues! ocúltese durante un tiempo y cuando se haya calmado el asunto, vaya a ver a mi compadre el Licenciado Turrubiates y muéstrele mi tarjeta -alargando la mano le entregó su carnet-, quien quita y le dé hueso en la policía de su entidad, -lambisconeando, agradecido y casi besándole la mano, le expresó:
-Gracias... muchas gracias patrón...
-¡Que patrón ni que la tiznada! ¡Lárguese de mi vista!
Y con la cola entre las piernas, el briago y asesino Presidente, salió.
Llegó a media mañana a sus oficinas, se encerró y metió muchos documentos en su portafolio, vació las arcas de la tesorería municipal y con ínfulas prepotentes se dirigió a los regidores que lo esperaban en la puerta de la Presidencia:
-Mientras se aclara la muerte del mariachi, pido licencia para dar libertad de acción a los investigadores, y nombro a mi compadre Espiridión como Presidente interino.
Nombramiento para tapar su crapuloso mandato, que como asunto de carácter habitual aprueba en el ámbito nacional, para protección de los malos mandatarios, el sistema político regente. Y continuó:
-Tengo muchas influencias, durante este período en que se investigue, me voy a la Policía Federal, cuidado en declarar en contra mía-amenazando con el dedo índice a cada uno de los regidores-, y... ¡Cuidado! con el que trate de seguirme.
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Había modificado su rol de ventas, ahora tenía clientes nuevos por los municipios colindantes con el Estado para sus ventas al menudeo, y por los rumbos conurbados de la gran ciudad, ventas al mayoreo.
Don Tacho, cuando acompañó a la pareja como testigo para el registro civil de la niña, le comunicó lo acaecido en su municipio:
-Tino, ya no tienes problemas para regresar a tu región, el desgraciado asesino huyó. Puedes volver a comerciar por allá...
-Nó Don Tacho, me está yendo bién por acá, usted lo sabe, Quizá para visitar a mi abuela o para visitar a los familiares de Blandina, iremos. Pero lo voy a pensar bien... mientras acá le seguimos.
Transcurridos unos meses, Justino transportaba su producto para efectuar su venta en Tenayuca a unos comerciantes detallistas. Descargaba las pacas en un comercio ubicado frente al mercado local. Las banquetas estaban invadidas por comerciantes ambulantes tan hacinados que dejaban escaso espacio entre dos puestos para pasar cargando las pacas. Cuando se encontraba flejando con sus tenazas la alfalfa suelta, de repente, en la esquina del mercado se detuvieron dos camiones, uno de transporte del cual descendieron muchos policías, y el otro de redilas. Comenzaron a desalojar a los comerciantes, recogiendo los productos que expendían, subiéndolos al camión de redilas. Los comerciantes enardecidos se defendieron y empezó la trifulca. Los policías con toletes y los perjudicados con palos, varillas y lanzando pedradas. La gente corría a guarecerse fuera del alcance de los proyectiles y del gas lacrimógeno que lanzaban los policías para repeler a los comerciantes agresores. Fue cuando lo vió: El teniente que comandaba a los policías era el abominado ex-presidente, el violador y asesino.
El local bajó su cortina y el se quedó afuera, se acuclilló al lado de unas pacas y protegido por unas tablas de un puesto. Una pedrada dió de lleno en la cabeza del teniente, el cual trastabillando buscó refugio y justo, al lado del muchacho cayó desmayado. Justino con las tenazas que tenía en la mano, oculto por las pacas, la camioneta y el humo del gas descargó toda su furia sobre él, dando: ¡uno, dos, tres ...seis golpes más!, en el cráneo del teniente. Nadie lo vió. A gatas salió del lugar y se escabulló, primero mezclándose entre la turba y luego sin correr, una cuadra más adelante como observador de la reyerta. Entró sin que lo vieran en los baños públicos del mercado y a solas limpió las tenazas, se lavó la cara, se quitó la chamarra salpicada de sangre y envolviendo en ésta las tenazas, la arrojó a un registro del drenaje.
Tranquilizada la refriega, cuyo saldo constó de quince heridos -diez comerciantes y cinco policías-, y un muerto: el teniente; regresó al comercio a terminar su trabajo. Lo interrogaron, pero el propietario del local dió su aval por él, no encontrándole participación alguna en la contienda . Terminó su trabajo, cobró, subió al vehículo y partió del lugar. Al llegar a su casa, nada le comunicó a su mujer, prefirió que no supiera que contribuyó a la muerte del maldito funcionario, y guardó silencio. A pregunta sobre su chamarra, le manifestó que al dejarla sobre el cofre de la camioneta, se la robaron.
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Viviendo solos, sin familiares cercanos, sin amigos, la nostalgia o la querencia del terruño jala siempre a las personas hacia sus lugares de origen. Si alguna vez pensaron en regresar al pueblo, su retorno se aceleró. Un familiar de Gudelia, la vecina, les llevó la infausta noticia: la abuela había fallecido.
En cuanto llegó Justino lo puso al tanto. Se sentó a comer y de improvisó, sin terminar, se levantó y dijo:
-Mi abuela tenía razón. Me dijo que no la vería más, que mi despedida era para siempre... Andy... ¡Vámonos! junta tus chivas las de mayor uso, vamos a estar unos días, si nos hayamos, nos quedamos y después regreso por todo y a entregar la vivienda; si nó, nos regresamos.- Presta la mujer alistó lo necesario, subieron sus triques al vehículo y no obstante que empezaba a anochecer, tomaron camino rumbo al pueblo.
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A la mitad del viaje, cuando cruzaban la serranía fué obligado a detenerse por un automóvil negro donde viajaban cinco personas con uniforme portando armas de alto calibre. Al cesar la marcha de su vehículo, descendieron los uniformados. El primero le mostró una placa ininteligible y le pidió sus documentos; el segundo revisó la carga, el tercero le dió la vuelta al vehículo y observó a la muchacha, el cuarto se quedó de vigilante acelerando el paso de los posibles autos que circularan en esos momentos y el quinto, al volante del auto negro. El primero le dijo:
-Te voy a multar, llevas carga no permitida. Tu permiso es para productos del campo y cargas otra cosa. Te llevaré detenido ...
-No sea malo,-le interrumpió Justino-, mire voy de prisa, mi abuela ha muerto y voy a arreglar lo de su sepelio. Soy su único pariente. Yo aquí, si acepta, le pago la multa-.
-¿Ah?, ¿Tráis dinero?... a ver...bájate-. El segundo rápidamente lo esculcó, le quitó el dinero que guardaba y se lo dió al primero. El tercero abrió la portezuela izquierda y bajó a Blandina. Le quitó a la niña colocándola sobre el asiento -ella no lo impidió, se quedó petrificada quizá recordándo cuando la bajaron de un auto...tiempo atrás-. Llegó el segundo y revisó entre las cobijas de la niña, le arrebató un morral que colgaba de su hombro revisando su interior, no encontrando nada lo arrojó a la cuneta, a un lado del camino, Mientras el tercero observaba a la muchacha, recorriendo con su mirada el hermoso cuerpo que tenía frente a él. Hizo un movimiento rápido colocándose a su espalda y le aplicó la llave china, casi asfixiándola la introdujo entre los matorrales, de un empujón la tiró y se montó sobre ella.
Justino vió la escena y clamando se arrojó a defenderla:
-Nó! ¡A ella no le hagan nada! ¡No la toques desgraciado! ¡Les doy lo que quieran pero déjenla!...-no llegó al lugar-... el segundo que ya esperaba su turno para pasar a violarla, levantó su arma y disparó... el cuerpo de Justino, con la inercia que llevaba dió una trágica maroma y cayó muerto. Con calma, sin alterarse ni demostrar pena alguna, pasó a ocupar el lugar del tercero, que riéndose se levantaba subiéndose los pantalones y diciéndole:
-¡Orale!, que la vieja está bien buena...-Y así siguió el primero, pronto el cuarto y finalmente el quinto-.
El tercero tomó a la niña que en el asiento de la camioneta lloraba a todo pulmón, la llevó al lado de la malograda muchacha y amenazó:
-Aquí te dejo a tu hija, ya ves, somos buenos, no le hicimos nada, pero ¡Ay de ti! si dices algo ... así que ... pico de cera, nada de quejarse ni delatarnos con cualquier autoridad, porque te buscamos y primero matamos a tu hija y luego a tí... ¿Eh?.
Rápidamente se regresó, subió a la camioneta, el cuarto tomó el volante, los demás en el auto negro y se esfumaron por la carretera.
Entre las malezas quedaron como representación de un triste cuadro los tres cuerpos: el de la niña, que cansada de llorar se durmió exhausta; el de ella, desmayada, exangue; el de él, boca abajo en forma grotesca, exánime. Con un mudo testigo: un pastorcito, niño aún que espantado vió el incidente oculto entre los breñales, atraído por el sonido del balazo.
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El pastorcito avisó a su padre, éste a su vez acudió al juez de su comunidad. El juez tomando fe y recogiendo el morral tirado, se dirigió a la cabecera municipal de su comarca a dar parte a las autoridades municipales y policiacas. Tres horas mas tarde se presentó el Ministerio Público y una ambulancia, levantaron a Blandina y a la niña llevándolas al servicio médico para su revisión. El médico de guardia dictaminó: “Violación multitudinaria con señales de estrangulación a ella, e hipotermia a la niña. El cadáver al hospital regional para su autopsia legal.
Hasta el día siguiente recobró el conocimiento y buscó a su hija, llamándola con un doloroso gemido. Se la entregaron y abrazándola lloró, lloró mucho. No podía decir nada más, sólo llanto ... La turnaron para que rindiera su declaración y a las preguntas que le formulaban, no contestaba, no hablaba, sólo un ronco lamento brotaba de su garganta y repegándola a su cuerpo, como protegiéndola, ceñía a su hija . El médico de guardia la volvió a examinar y su diagnóstico indicó: “Amnesia parcial provocada por el tráuma de la violación”.
Se inició la investigación. Los tres estaban como desconocidos. Se contaba con el testimonio rudimentario del niño y con el morral encontrado. Hurgaron dentro de él y entre las pertenencias estaba el acta de nacimiento de la niña. Los agentes se trasladan a San Marcos localizando la vivienda pero no dieron razón de ellos. Seguidamente buscaron al testigo y en su domicilio encontraron a Don Tacho. Éste en compañía de los policías tornaron al municipio de los hechos trágicos.
Muy afligido reconoció el cadáver de Justino y confirmó que los nombres de la muchacha y su hija correspondían a los anotados en el certificado natal.
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Alarmados por la ausencia de Justino en el sepelio de su abuela, los hermanos de Blandina se responsabilizaron del entierro de la anciana, después de esperar inútilmente la llegada del nieto. No esperando más, salieron en búsqueda de la pareja. Siguiendo el mismo camino que efectuaron los agentes policiacos, llegaron al edificio Municipal al día siguiente de la llegada de Don Tacho. Encontraron a la hermana en el consultorio médico y trataron de hablar con ella: No los reconoció.
Don Tacho los encontró junto a ella, y los enteró de la situación. Lo acompañaron en las diligencias legales necesarias y cuando se presentó ante el agente del Ministerio Público; para inquirirle:
-Licenciado, ¿Qué va a proceder? ¿No se va a investigar que grupo policiacos los atacó? ¿Se van a quedar cruzados de brazos?
-Mire señor, sólo tenemos un testimonio muy insubstancial de un niño, que no reconoce a nadie ni da datos que sirvan como pista a seguir. Además la muchacha está incapacitada para declarar y debe usted saber que sólo si hay querella, hay investigación, y si se tienen presuntos culpables, hay juicio y, este caso no hay querella alguna levantada.
-¿Pero no le importa la vida de un muchacho y la vida destruída de una mujer?-.
-¿A quién se acusa de los hechos? ¿Quién vió lo sucedido?-. Contesta el licenciado y prosigue:
-Si no hay testigos, no hay delito que perseguir.
-¿Pero licenciado, no existe la justicia?
-Justicia si la hay, lo que no hay en este caso son pistas, datos para iniciar una investigación.
-¿Entonces, no se va a aplicar la ley en este caso? -Don Tacho persistió en sus reclamaciones al funcionario:
-Si son los mismos encargados de cuidar el orden los que lo violan, atracando a la gente del pueblo. La autopsia revela que fue asesinado con arma de alto poder, reglamentaria, que solo pueden portar el ejército o la policía-. Ya molesto el licenciado contestó:
-Sólo daré fe y testimonio de los sucesos, anexaré el dictámen de la autopsia y el expediente lo remitiré al archivo, hasta que surja algún indicio para determinar a los presuntos culpables.
-Y la camioneta. ¿No ordenará su búsqueda?, es una pista si la localiza.
-Si conoce el tipo de vehículo, placas, tarjeta de circulación y factura, se iniciará la averiguación previa, si nó, ¿con que trabajo? Mientras, por favor retírese, tengo mucho trabajo y no lo puedo seguir atendiendo.
Dando media vuelta, encabronado por no poder hacer algo, Don Tacho se retiró de la agencia Ministerial y junto con los hermanos procedió al trámite legal para la recuperación del cadáver.
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Dos días después llegaron al pueblo. Blandina y la niña en el carro de Don Tacho, los hermanos en la camioneta fúnebre como comitiva del difunto. Se procedió de inmediato a la inhumación. Se excavó la fosa junto a la recién tapada que ocupó el cuerpo de la anciana. Ahora en muerte, abuela y nieto estaban juntos, como en vida también lo estuvieron, sólo separados por el proceder arbitrario del crápula Presidente Municipal.
La joven mujercita se quedó en casa. La acompañaba su Madre. Seguía en la obscuridad de su amnesia, sin enterarse de la muerte y del sepelio de su compañero deambulando sin conocer a nadie, sin hablar, solo obstinada en tener junto a sí y desviviéndose en atenciones, a la niña. A sus escasos diecisiete años, había sufrido lo indecible; muchas mujeres en toda su vida no lo padecerían. Encerrada en su mundo de olvido, ignoraba lo que le deparaba el futuro, un futuro incierto, una vida de tristeza, de angustia y, si llegase el momento de que recuperara la memoria, una vida de dolor por los recuerdos amargos que vivió. Dolor que cabía la posibilidad de que se incrementara, si llegara a comprender que nuevamente estaba embarazada y el producto de su vientre, fuera de uno de los maleantes investidos como agentes de seguridad, encargados de vigilar se cumpla la ley, pero su propia ley: la ley que asesina.
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