martes, 8 de julio de 2008

La Torera

La falda muy ampona a la altura de las rodillas, girando al contorno de su cintura y plegándosele en los muslos, translapándose uno tras otros los olanes floreados cosidos sobre un fondo de tela negra de la saya de española, cuando bailando al ritmo de un “paso doble” detenía el movimiento de su cuerpo. La propia cadencia le marcaba los pasos que con mucha facilidad, sabía ejecutar.

Se contoneaba con donaire y cuando la melodía le obligaba a realizar un salto, la amplitud de la falda parecía que la elevaba, como si en realidad flotara en el aire. No la olvidaré nunca. Cierro mis ojos y recuerdo con que alegría y salero danzaba las rutinas españolas y los estruendosos aplausos que recibía cuando terminaba.

Me extasiaba cuando la veía bailar. Admiraba su cuerpo hermoso, grácil, con una cintura pequeña, flexible, que marcaba en forma prominente sus caderas y abultado, el trasero. Sus piernas tan bien formadas que a todos nos causaba deleite voltear a verlas, al pasar caminando con gracia, con pasos cadenciosos, meneando su cuerpo de armoniosas formas.

Éramos alumnos de Secundaria, ella un grado superior al que yo cursaba y dos años mayor de edad que la mía; pero muchos años de diferencia a su favor, en astucia y experiencia sobre la vida, que nosotros todos adolescentes, todavía no salíamos del cascarón.

Sus compañeras la envidiaban por su belleza, y en secreto, a sus espaldas, le endilgaron un mote que le molestaba: “La Coyota”, por su habilidad para atraer, conservar y alejar a sus pretendientes; pero todos los muchachos le llamabamos: “La Torera”.

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En las ceremonias escolares conmemorando las fiestas patrias, o en días especiales, nunca faltaba el bailable español donde ella figuraba de manera principal. Nos sentábamos en el suelo, alrededor del cuadro que limitaba el área de festejos, esperando con ansia y morboso placer, verla bailar. Con generosidad en las vueltas de su baile y por el vuelo de su falda, nos mostraba sus muslos blancos, por un calzoncito siempre de color rojo, arrancando gritos -y suspiros míos-, de la mayoría de los muchachos.

Fue la reina de la primavera de la escuela. Al ceñirse la corona en las sienes sobre su pelo castaño claro, largo y ondulado, enmarcaba su rostro de rasgos finos, ojos zarcos, nariz respingada y labios carnosos en una pequeña y muy sensual, boca. No sólo fue Reina de la Secundaria; sino la Reina mía, el personaje onírico de mis primeros escarseos amorosos.

Pasó a la Preparatoria, por tanto dejé de verla un año completo. Al período escolar siguiente, sólo por aspirar el aire y el aroma que emanaba cuando pasaba a mi lado, me inscribí en la misma escuela. Nunca se fijó en mí, creo le parecía insignificante; o quizá, pensaba para erradicar esta idea, que yo era muy chico para ella.

En los pasillos al tenerla frente a mí, me quedaba mudo. No podía articular palabra alguna, le temía, aunque en silencio la amaba, me daba miedo la forma extrovertida de su carácter y del trato con que nos dominaba, desde alumnos, docentes, oficinistas y hasta el director, cuando nos pedía le satisficiéramos lo que deseaba.

Al pasar al segundo año, fue electa Reina de la Preparatoria y madrina del equipo de fútbol y yo, el más devoto de sus vasallos.

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Trabé amistad con Pepe, un condiscípulo que se acercó a mí, para ser su único amigo. De personalidad tímida, apocado, retraído; me pidió le ayudara en sus estudios reuniéndose ya fuera en la biblioteca o en su casa, para juntos estudiar y le enseñara las asignaturas que le causaban problemas su aprendizaje.

Después de varias reuniones en la biblioteca, me invitó a su casa. Vivía con sus abuelos maternos. Sus padres, siendo muy niño, murieron en un accidente aéreo. En una accesoria de la propia casa, el abuelo atendía una tlapalería de su propiedad y con el producto de las ventas mantenía el hogar y a él, sus estudios, No tenían problemas económicos, con comodidad y hasta con ciertos lujos llevaban sus vidas; sus gastos eran mínimos y a Pepe le daban todo para sus necesidades escolares; pero él se ganaba su sustento. Al salir de la escuela, llegando a casa, se colocaba al frente del negocio. Lo atendía y administraba, sustituyendo al abuelo. Al cerrar, se dedicaba a preparar sus clases y sus tareas que de vez en cuando, entre semana y siempre los sábados, acudía para cumplirle la promesa de ayudarle en sus estudios.

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Hija única de un matrimonio separado -su madre huyó con otro hombre y no volvió a verla-, vivía con su padre y una madrastra que le importaba poco su vida. No la cuidaban, sólo le exigían que llegara temprano a casa, se portara seria y se vistiera con sobriedad. Desconocían su proceder en la escuela y el libertinaje de que hacía gala. Para cambiar su vestimenta, en la mochila guardaba las faldas cortas o de baile, las cuales llegando al “depa” o baño de mujeres, de inmediato se enfundaba para lucir el despampanante par de piernas que todos admirábamos.

Aurora -tal era el nombre de la Torera”, conducía su vida de liviandad en las clases, rodeada y asediada por los muchachos y por la envidia de sus compañeras. Un condiscípulo que desde niño trabajó en el medio artístico como cómico, la invitó a formar parte del elenco de extras en un programa de televisión. Para ella, fue la puerta de acceso a otro mundo; al mundo que siempre quiso pertenecer y consideraba suyo.

Para asistir a la producción de los programas a los cuales era citada para trabajar como bailarina, le causaba problemas para llegar temprano a casa. Le habló a su padre sobre sus inquietudes de ser artista y le permitiera trabajar en la televisión:

-Papá, quiero pedirte permiso para llegar tarde a casa, me citan para actuar en algunos programas...

-¡Nó hija! No hay permiso, primero están tus estudios.

-Compréndeme papá, quiero seguir la carrera artística, no voy a descuidar el estudio. Necesito el certificado de Prepa para ingresar a la Academia y estos primeros programas me sirven de práctica y experiencia...

-¡Ésa es mi condición! Tu certificado del bachillerato y después puedes trabajar en lo que quieras y llegar hasta las diez de la noche; no más tarde. -Y el diálogo se terminó. Aurora, callada se retiró a su recámara y entre las almohadas, estalló en lágrimas.

Sin hacerle caso a las recomendaciones del padre, La Torera continuó asistiendo a los programas que se realizaban por las mañanas, faltando a las clases. Al final de año reprobó varias materias. No teniendo la preparación para presentar exámenes extraordinarios, al año siguiente se inscribió sólo para cursar las materias que debía. Para mí, la máxima alegría. La alcancé en el grado superior. Fue mi compañera de grupo y de banca; la veía todos los días y al saludarla por las mañanas aspiraba su fragancia.

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A dos meses de iniciadas las clases, Pepe y yo estábamos en la biblioteca. La ví que entró y recorrer con la vista a todos los que estudiábamos; fijó su mirada en mi y directo, muy segura, dirigió sus pasos hacia nuestra mesa. Portaba una blusa escotada que dejaba ver el nacimiento de sus pechos. Bajó más el cuello de la blusa, rebasando la curva tersa de sus hombros, a medio brazo; quedando en línea recta sobre sus senos. Al tiempo que me saludaba se inclinó acercando su cara junto a la mía, y me dijo:

-¡Hola Garza! Te ando buscando... -En esa posición, inclinada, no usando sostén, me mostró toda la magnificiencia de su busto. Me quedé de una sola pieza ¡No le escuché nada!

-¡Mira, no seas malito! Tu eres muy bueno para dibujar... ¡Ándale! dibújame las láminas de Física ¿Sí? ¡Ayúdame por favor! -Yo, no le oía, continuaba sordo. Recibí por instinto un block de dibujo; pero solo veía impresas en mi retina las copas y el círculo rosa nacarado de los pezones, del busto mas maravilloso que jamás había visto y menos tan cerca... Volteó hacia Pepe y le habló:

-¿Y tu quién eres? No te ubico, es más, no te conozco... Eres guapo tienes lo tuyo, ojos verdes... -impresionándome, venciendo su timidez, desapareciendo su poco carácter, fuera totalmente de su forma de ser, Pepe se levantó interrumpiéndole, y la saludó con una sonrisa:

-José, pero llámame Pepe, Pepe Castillón a tu mandato y tu fiel servidor, -alargando su mano y preténdiendo darle un beso en la mejilla, que con un ligero y gracioso movimiento lo rechazó; le contestó:

-¿Mi fiel servidor? Algún día te tomo la palabra y ojalá no te arrepientas... - Se dirigió nuevamente hacia mí y con la mirada de sus ojos zarcos- a los cuales no se les podía negar nada-, suplicante y a la vez ordenándomelo, me agradeció:

-Gracias Garza, el próximo lunes hay que entregar, por favor... ¡No me falles! -Me mantuve callado, sin moverme de la silla. Al despedirse, se volvio a inclinar y dióme otra probada ocular de su turgente busto. Colocó el cuello en su lugar, dio la vuelta y se retiró.

La ví irse con su candencioso caminar, recibiendo una sinfonía de chiflidos de admiración de todos los que la llenaban el salón de estudios.provocando la ira de Chuchito el bibliotecario, al que de cariño le decíamos Franky por su enorme parecido con el monstruo Frankestein. En cuanto salió, me sacaron de la ensoñación en que me encontraba enfrascado, las palabras de Pepe:

-Sabes qué, Garza; hace pocos días la soñé y yo le tengo mucha fe a los sueños, se me han cumplido siempre ¿Y qué crees?... ¡Va a ser mi esposa!

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Llegó el tiempo de los exámenes semestrales y al salir de clase de matemáticas, La Torera se acercó a mi:

-Oye manito, ando muy falla en la materia, no quiero reprobar, dáme unas clases, prepárame... -Repegándose a mi cuerpo, en un medio abrazo, acercando su boca al pedírmelo, casi dándome un beso. Fijó sus azules ojos en los míos y volvió a suplicarme:

-Si nó paso, mi padre me mata y tu vas a ser el causante de mi muerte si no me enseñas...

-Mira mi Torerita, yo soy muy exigente, si vas a estudiar, sí. Si sólo piensas en ir a chacotear, ni lo sueñes. Todas las tardes voy a casa de Pepe a enseñarle; reúnete con nosotros y te preparo no sólo en matemáticas, también en las demás materias que llevas, ¿Qué dices?

-Lo que tu digas Garza, por aprobar matemáticas voy hasta el infierno. -Y yo por sentirla a mi lado, iría hasta el fin del mundo...

Mi amigo, cuando La Torera llegaba a su casa, antes y después de la clase, se transformaba. Le presentó a sus abuelos, le mostró la casa, el establecimiento, sus pertenencias. Se mostraba muy amable, era otro su carácter ante ella; para mí un verdadero desconocido.

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Poco antes de terminar el año lectivo, el abuelo murió de un paro cardiaco. Pepe abandonó la escuela. Se plantó al frente del negocio y de la casa. No quiso dejar sola a la abuela en su aflicción, le acompañaría para mitigar el dolor que a ambos, los embargaba.

A mi sugerencia y aceptación para que terminara la Prepa, le notificó a los maestros el motivo de su inasistencia a clases y pedir permiso para presentarse unicamente a los exámenes ordinarios. Yo me comprometí como siempre, a darle las clases necesarias para que estuviera al corriente de los conocimientos que nos impartían.

Fue obvio, que gracias a los buenos resultados obtenidos del semestre, La Torera nos acompañaba a estudiar, no todos los días, debido a que continuaba asistiendo a los estudios de televisión.

Una tarde, antes de empezar mi lección, estando solos en la pieza que utilizábamos como salón de clases, aún no cerraba Pepe el negocio, La Torera, triste, preocupada, pidió mi atención... Sin imaginarme lo que escucharía, a cada frase que me decía, divagaban en mi mente los sentimientos que me inspiraba su presencia:

-Garza, yo te estimo mucho... -Y yo la adoraba.

-Te estoy muy agradecida por tu ayuda... -Y yo por sentirla a mi lado, estaba satisfecho.

-Te tengo mucha confianza y no se que hacer... ¡Aconséjame! -Se quedó callada; entonces me alarmó, metió la cabeza entre sus brazos con la barbilla en el pecho y jalando aire me espetó:

-¡Estoy embarazada!... Llevo tres meses, no lo sabía hasta hoy al medio día, el doctor que consulté me lo comunicó. Si lo sabe mi padre voy a tener muchas broncas...

Mi razón se nubló, la ilusión se desvanecía ante mi, sentí correr las lágrimas por mi interior y haciendo un esfuerzo para que no brotaran, le contesté:

-¡Cásate con el responsable!

-¡No puede, el muy desgraciado es casado! -Pepe entró y escuchó las últimas palabras y me oyó decirle, con mi voz que se entrecortaba en la garganta por el sentimiento de rabia que contenía:

-Mira Torera, faltan tres semanas para los exámenes finales. Deja de ir a la televisión. Ve a clases y con mi ayuda aprobarás el curso. Con la constancia de estudios tu padre te dará su aveniencia para que trabajes, oculta lo más que puedas el embarazo, busca donde vivir y con el pretexto de alguna salida a locación, te sales de casa. Próximo al parto, avísale a tu padre y afronta todo el problema.

Ella inclinada, pensativa, calló y empezó a sollozar. El silencio que se hizo al respetar las lágrimas de La Torera, lo rompió Pepe al hablarle de la siguiente manera:

-Y si tienes dificultades fuertes y dudas sobre lo que te aconseja Garza que debas hacer, no te preocupes, si tu padre te corre de la casa: Yo le doy mi nombre a tu hijo, aquí puedes vivir, gano lo suficiente para darte lo que necesites... ¡Cásate conmigo!

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Rentó un local en una próspera zona comercial y la tlapalería se transformó en una gran ferretería. Progresó económicamente; pero sentimentalmente las cosas no funcionaban. Después de nacer el bebé, la madre lo atendió el primer mes, luego no le importó; le negó la alimentación materna. Se cuidó, hizo ejercicios y a escasos dos meses de su parto, su cuerpo no estaba igual al que lucía de soltera: ¡Estaba mejor! Con los rellenos perfectos que el embarnecimiento por la maternidad había adquirido. Ahora que Pepe tenía el negocio fuera de casa, sin permiso, no pasaba de medio día cuando bien arreglada, dejaba a su hijo al cuidado de la abuela y salía a continuar con sus relaciones artísticas. No podía mantenerse en la inactividad, que el matrimonio le imponía.

Muy a pesar se descuidó, volvio a embarazarse un año después. Por este motivo su carácter cambió. Odiaba estar en ese estado, la recluía de su vida, de su ambiente de luces y diversión. Y más le molestaba no saber si el responsable de la paternidad era su esposo, o alguien a quien se le entregó en las francachelas a las que solía acudir para conseguir por ese medio, los contratos para actuar.

Casi al quinto mes de su estado, le informó a su esposo. Pepe le recriminó su forma de vivir y le impidió salir de casa. Quería que su hijo, ahora sí el suyo, no tuviera complicaciones por un posible aborto provocado por la vida disipada de la madre.

La Torera se sentía prisionera y a Pepe le hizo la vida de cuadritos. Sólo esperaba que llegara de trabajar para mostrarle su malestar. Que la abuela no servía para nada; que no preparaba a tiempo los alimentos del niño; que él no la sacaba a pasear o a cenar; y más y más. No obstante, no le reprochaba nada, le aguantaba todo con tal de no disgustarla y le negara tener relación conyugal. No era capaz de contrariarla, Pepe la amaba.

Nació el segundo bebé y la madre lo rechazó de inmediato. Todos los cuidados se los dejo a la abuela. Con la prohibición de salir, única imposición del esposo, comenzó a organizar fiestecitas en la casa invitando a sus amigos del ambiente artístico. Encerraba a la abuela y a los niños en una recámara y le daba vuelo a la hilacha con sus pachangas, las cuales muy a pesar, terminaba antes de que llegara su esposo.

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Pasó mucho tiempo sin que nos viéramos, hasta una noche que llegó a visitarme. Nuestra amistad no se terminó con la boda. Nunca le tuve celos por haberse casado con la mujer que fue mi amor secreto. La pasión que sentí por La Torera terminó justo al tiempo de escuchar la confesión de su estado. Si bien sabía que nunca iba a ser para mi, aún siendo alegre, alocada; yo la sentía limpia y pura y me había equivocado. Comprendí que su comportamiento cuando se comprometió con mi amigo, no era honesto, que nunca cambiaría su manera de ser. Muy sutilmente para evitar un enojo que llegara a separar nuestra fraternidad, le comenté que no le convenía casarse. Pero el soñó que sería su esposa y eso sería: su esposa.

Al entrar en la casa nos saludamos con la misma familiaridad que teníamos cuando fuímos condiscípulos:

-¡Hola Garza! ¿Cómo estás?

-Bien mi cuate, y a ti ¿Cómo te va? ¿Qué tal tu vida de casado? Porque según se, los negocios van muy bien. -No me contestó, meneó la cabeza en sentido negativo y volvió a decirme:

-Te vengo a visitar por dos motivos: Primero quiero que seas testigo del registro de mi hijo y luego seas su padrino. El viernes próximo serán los dos actos... -Le interrumpí:

-¡Oye! sólo que sea por la tarde, ya sabes que voy a la facultad por las mañanas y no me gusta faltar.

-El registro será a las dos de la tarde, salimos a comer y luego a la iglesia, el bautizo está fijado a las seis.

-¿Y quién va a ser la madrina?

-Una amiga de mi mujer, dizque artista de la televisión.

-Aceptado, y ¿cuál es el segundo motivo?

-Que hables con Aurora. No me entiende, no me hace caso. Sigue con su vida disipada, con los deseos de ser artista y sólo veo que se envicia más. A ver si a ti te escucha, ¿Me echas la mano?

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La Torera, segura de los actos de su vida, no aceptaba ningún reclamo. En cuanto el compromiso le permitía regresar temprano a casa, escapaba a los estudios de televisión; ya sea para trabajar, que no pasaba de ser bailarina en los ballets de relleno que acompañaban a los cantantes o, de las que encerraban en unas jaulas colgantes o, ya sea como actriz principal de los reventones que se organizaban entre los artistas, de los cuales era asidua concurrente. Al día siguiente de una de estas reuniones, llegue a visitarla:

-Comadre, ¿Cómo estas? -Pasado medio día, en bata y pantuflas, recién levantada, sin maquillaje -muy hermosa-, me recibió.

-Cómo me ves... con la cara de cruda y sufriendo la resaca de la fiesta de ayer en honor de un productor que me va a dar un papel en la próxima telenovela; pero ¿Qué aires te trae por acá? Pepe está trabajando y regresa hasta la noche...

-Hablar contigo comadre, si me lo permites. -Imaginando lo que trataría, se puso seria, cruzó los brazos y esperé sus palabras:

-Desembucha compadre, de seguro vienes en representación de Pepe, ¿Estoy equivocada o le atiné?

-Es que ya ni la amuelas comadre, sigues viviendo como soltera, olvidas que eres casada y te vale Pepe y tus hijos; te estás enviciando con el alcohol... bájale el volumen a tus actos.

-El que le debe bajar el volumen eres tú... Mira maestro, porque fuiste mi maestro en la escuela; pero no en la vida. Si alguna vez te pedí un consejo, ahora me arrepiento; porque en la vida, yo soy la maestra, tengo la experiencia que tu nunca has tenido ni llegaras a tener. A Pepe le cumplí lo que me pidió: Darle su nombre a mi hijo y me casé con él. Como premio le he dado un hijo suyo. Eso me pidió y eso le dí; pero no prometí darle mi vida. Esta es muy mía y hago de ella lo que me parece. Bastante hago con respetarlo permaneciendo al lado de él y de mis hijos. ¿Alguna objeción? -Con la cola entre las piernas, sin dar respuesta a su muy clara explicación, me levanté, despedí y salí de su casa.

Días después, al llegar a su hogar antes de lo acostumbrado, en medio de la fiesta, Pepe sorprendió a su mujer en fragoroso idilio con un amigo. Sin hablarle, abrió la puerta de la recámara, entró, cargó a sus hijos, lo acompañó la abuela y salió de la casa. Al día siguiente muy temprano, estando aun dormida compartiendo el lecho con el amigo ocasional, sin darse cuenta de la presencia de su esposo, éste en una camioneta de mudanzas, sacó las pertenencias de la abuela, las de los niños y las suyas, cerró la puerta y abandonó el hogar que le brindó a la hermosa Torera.

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Sola, continuó con su vida ahondándose cada día más en el vicio. Al término de las fiestecitas, desvelada, al tener llamado por las mañanas para actuar, comenzó a tomar pastillas para no dormir y luego para calmar sus nervios. Al ser insuficiente la dosis de las pildoras, empezó probando las drogas de alto riesgo.

En una reunión que terminó en orgía de sexo y narcóticos, a queja de los vecinos por el escándalo, llegó la policía. El distribuidor de la droga, partícipe en la fiesta, al ver dormida por el uso del estupefaciente a la Torera, abrió su bolso y depositó los paquetitos con las dosis de cocaína que llevaba para su venta. La detuvieron junto con muchos de sus compañeros y a ella, por consumo y posesión de droga fue encarcelada y sometida a juicio. Para pagar los gastos de abogados y poder salir bajo fianza, se vió en la necesidad de vender la casa que compartió con su esposo y que éste, a su divorcio, le entregó como reparto de los bienes por la disolución del matrimonio. Al término del juicio fue declarada culpable y sentenciada a cumplir varios años de prisión en el reclusorio femenil.

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En la fiesta del bautizo de un par de gemelitas de las que yo fui padrino, hijas de mi doble o mas bien triple compadre, Pepe, que años después volvióse a casar, me comentó que en una marquesina de un cabaret de ínfima categoría, leyó el nombre de la vedette que encabezaba la variedad: “La Torera”, imaginándose que quizá esta artista y nuestra compañera, fuera la misma persona.

Con curiosidad o mas bien con deseos de volver a verla, días posteriores me programé para asistir al cabaret. Efectivamente, en un rincón del antro, en un tapanco diagonal, a los sones de un cuarteto de músicos, todos estridentes y desafinados ejecutando música española, cantaba y se contoneaba muy ligera de ropa, una mujer de antigua belleza, bien maquillada, destacando en su rostro unos enormes ojos azules.

Al término de su show, bajó y se mezcló entre los concurrentes. Se sentó a una mesa y empezó a beber, fichando por las copas que se consumían. Yo, de pie en la barra de la cantina, no dejé de observarla. Dos horas después, bien ebria se levantó, me vio y con pasos trastabillantes caminó hacia mi; hablándome con voz aguardientosa:

-Dame un cigarro, guapo... -Enseguida de encendérselo, me pidió:

-Invítame un trago, una copa de coñac, ¿Sí? -Marcando en su faz una mueca que aparentaba ser sonrisa. Tomándole del brazo y señalándole una mesa, le contesté:

-Ven a sentarte, te la invito. -Nos sentamos, pedí al mesero el servicio y ella se arrimó muy cerca de mi. Al momento le pregunté:

-¿Torera... No te acuerdas de mi? -Y con las palabras no continuas, hipeando, mirándome con los ojos semicerrados por la borrachera, dijo:

-¿Quién chingaos eres tu? Yo soy Torera, no gitana, ¿A poco crees que por un pinche trago que me invitas voy a convertirme en adivina?

-De un golpe se tomó la copa, cruzando los brazos sobre la mesa dejó caer la cabeza y se quedo dormida.

Pagué la cuenta y salí del lupanar, quedando impregnado en mi ropa, el olor a tabaco, a aguardiente de baja calidad, a perfumes baratos, a sudores masculinos y humores femeninos, que todos en una mezcla nauseabunda, provocaba vómito su aspiración. Y en mi mente, el recuerdo de una hermosa mujer que fue fuente de mis delirios amoroso, en los tiempos de estudiante preparatoriano.

No tuve ocasión de contarle a Pepe mi reunión con Aurora; pero una semana posterior al día de mi entrevista, se enteró. En la primera página de un periódico tabloide que en forma amarillista trata los asuntos policiacos, con grandes letras se leía:

“Vedette ebria y drogada, roba y lesiona gravemente a un cliente del cabaret, en un hotel de paso”. La foto de ella, muy clara, la retrataba sin lugar a dudas. Detenida y encarcelada, La Torera fue nuevamente huésped de la prisión para mujeres.

Durante el juicio, quise hablar con ella, tratar de ayudarle, le llevé un abogado para su defensa, pero se negó a recibirme. Estando en prisión acudí como un amigo para verla, a reconfortarla, a darle un apoyo moral; pero mis deseos fueron infructuosos: No salió a la sala de visitas. Sola, sin familia, su padre fallecido, su madrastra sin importarle y sus hijos reconociendo como madre a la ahora esposa de Pepe, La Torera se consumía tras las rejas de su celda.

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En compañía de mi señora, almorzamos dentro del mercado Jamaica los famosos huaraches con costilla, en un local con el nombre de “Marthita”. La noche anterior estuvimos presentes en la fiesta donde se celebraron los quince años de mis ahijadas, las hijas gemelitas de mi compadre Pepe.

Terminando, saqué el auto del estacionamiento. Inicié la marcha y al llegar a la esquina me detuvo las maniobras que realizaba para cargar la basura del mercado un camión trailer atravesado en la calle. Del lado donde viajaba mi esposa, se acercó una mujer cargando a una niña con un rebozo que brillaba de mugre. Le mostró una receta médica ya muy maltratada y sucia. Con unas palabras pronunciadas entre dientes, sin entenderse claramente lo que decía, pidió ayuda para comprar las medicinas que la niña -enferma-, necesitaba. Mi esposa subió el cristal, sabía que no acostumbrábamos dar ese tipo de limosna al tratarse sólo de indigentes que mentían utilizando esa treta para obtener dinero. Distraído, la observé: Su rostro muy ajado, arrugado como el de una anciana, la mano que enseñaba la receta, esqueleetica; sin embargo, al ver sus ojos me recordó a cierta persona... Con una señal de mi mano le indiqué que diera la vuelta. De mi bolsillo aparté un billete, al llegar a mi lado se lo dí. Ante la sorpresa por el monto de la dádiva, me vio, abrió sus ojos zarcos ya no se azul claro como antes; sino gris, de un gris triste, apagado... sin brillo. Tartamudeando me dio las gracias. Sin dar la vuelta, caminando hacia atrás por todo lo ancho del camellón, sin dejar de verme, se alejaba. Con mis manos, dedos abiertos, el brazo fuera de la portezuela, le hice la señal de despedida y le hablé con cariño:

-¡Adios Torera!... ¡Adiós Aurora!

No se si me reconoció, con pasos vacilantes de su piernas ahora entecas, tornó y aceleró su caminar. Llegó al sitio donde se deposita la basura del mercado y sobre un montón de desperdicios, se sentó al lado de un hombre con la vestimenta típica de un teporocho. Se arrebujó a su lado colocando a la niña entre los dos; de entre las piernas del individuo tomó una botella, luego le entregó el billete y hablándole algo, me señaló. Cuando ambos levantaron su vista hacia mi, regresé la mirada al frente y ante la insistencia del conductor del auto tras el mío, reinicié la marcha.

-¿Por qué le diste tanto dinero? -preguntó mi esposa. -Tu no das limosnas y menos de esa cantidad.

-Porque lo necesita, su hija está enferma.

-¿La conoces, verdad? La llamaste por un apodo.

-La creí reconocer... pero no era.

Traté de olvidar la piltrafa de mujer que ante mis ojos se plantó, la mujer andrajosa y vestida con guiñapos de la que me despedí; la mujer que asombrada al caminar retrocediendo, creí leer en su labios murmurantes, pronunciar mi apellido; la mujer de aquellos grandes ojos azules que aún en ciertas noches soñaba con ellos; la mujer de aquel cuerpo que deidifiqué... pero no pude, su evocación pugnaba por exteriorizarce y traicionó mis sentimientos.

Calles adelante, cuando la señal de semáforo me detuvo, simulando que me sonaba la nariz, con el pañuelo recogí algunas lágrimas que escaparon de mis ojos, lágrimas que no mitigaban el dolor que me embargaba, lágrimas que brotaban al recordarle.

Por su inolvidable presencia; por el amor que le profesé; por nuestra vida de estudiantes; por su azarosa vida de la que recibió no sé si un justo pago y la convirtió en una tragedia, y en una sombra a su cuerpo, el hermoso cuerpo de La Torera que cobijó las primeras emociones sexuales de mi juventud...

La Sortija

Marito era un verdadero “Milusos”, no era un aprendiz de todo y oficial de nada. Nó, sino lo que realmente expresa la palabra.

Desempeñaba muchos oficios y todo los realizaba bien. Ejecutaba los trabajos de plomero en tubería galvanizada y de cobre, conectaba lineas de gas de las estufas a sus respectivos tanques, era electricista en instalaciones domésticas, pintor de brocha gorda, carpintero, arreglaba licuadoras, planchas, pequeños aparatos eléctricos, tenía sus equipos de soldadura eléctrica y autógena, y hasta destapaba cañerías. A todo le atoraba, no le decía nó al trabajo; tenía mucha experiencia y lo mejor: era muy razonable.

No se conocía su pueblo de origen, pero por la manera de hablar seguro nació en el Distrito Federal. Llegó a la colonia muy jovencito, trabajando de cobrador en un camión urbano de pasajeros, luego brincó al volante; o sea, trabajó de chofer durante varios años en la misma ruta de autobuses. Durante este tiempo se juntó en unión libre con una mujer que conoció como pasajera, la cual en su vida de casado, le dió tres hijos: un varón el primero, y dos niñas.

Manejando el camión, tuvo un accidente. Se descuidó y chocó contra un vehículo de bomberos que a alta velocidad y con la sirena abierta, acudía a un servicio. La colición fue terrible, el transporte del heróico cuerpo se proyectó contra una tienda e hizo carambola mortal, cuyo resultado trágico sumó muchos muertos y heridos entre pasajeros, bomberos, peatones y parroquianos que se encontraban dentro del establecimiento comercial.

Marito fue sentenciado a purgar quince años de prisión en el penal de Lecumberri. Dos años de cautivo cumplía, cuando su mujer -que lavando y planchando ajeno para sostener a la familia-, no aguantó la miseria en que vivía. Un cualquier día la vieron salir con sus pocos cachivaches -ya que la mayor parte los había vendido para subsistir-, con su propia ropa dentro de unas cajas de cartón, con sus hijos tomados de la mano y abordar una camioneta particular.

Todo a escondidas, pues debía meses de renta y no tenía con que pagar. A nadie le platicó hacia donde se dirigía, es más, a ninguno le comentó sobre su disimulada fuga que realizó.

•••

Cerca de las dos de la mañana, por entre la sombra que una lejana lámpara del alumbrado público no alcanzaba a iluminar, sobre la fachada de una casa difílcilmente se observaba una figura humana que la escalaba. Llegó a la azotea, caminó sigilosamente, bajó por una escalera de servicio, accionó una pequeña lampara sorda y con una chorla violó la cerradura de la puerta que tenía al frente. Entró por el comedor, del trinchador tomó un valioso reloj de mesa, abrió un cajón, de su interior cogió los cubiertos de plata, en un morral que colgaba de su hombro depositaba los objetos. De repente se quedó quieto...escuchando un sordo ronquido...Se acercó lentamente, el piso alfombrado ahogaba sus pasos, de por sí silenciosos por los zapatos tipo tenis que calzaba. Tirado sobre el sofá de la sala, dormía bien ebrio el jefe de la casa, un político dirigente del partido en el poder. De su saco tomó la cartera. de la muñeca le retiró el reloj y de su dedo anular, un valioso anillo. El político se removió en el sofá y masculló entre los dientes, casi ininteligible: =No me molestes vieja...déjema dormir...= y volvió a dormirse con un estruendoso ronquido.

Penetró en una recámara e iluminó un alhajero sobre el tocador, lo abrió y de un puñado tomó su contenido. Salió de la pieza y en un pañuelo de los llamados paliacates, colocó las joyas y la cartera, amarró las puntas formando un bulto y lo guardó entre sus camisa y el pecho. Al dirigirse hacia la otra recámara, de ésta, donde dormía la hija, salió un pequeño perrito pequinés que al descubrirlo empezó a ladrar estrepitosamente y se armó un jaleo. Despertó a la familia y al huir rápidamente por las azoteas de las casas adjuntas, a los vecinos. Arrojó el morral bajo un tinaco y ubicándose donde se encontraba, vió la abertura circular de una bajada pluvial, sacó el paliacate y lo metió al tubo, escondiéndolo, con la certeza de poder regresar después, a recogerlo.

Justo al descender por la barda de la casa que marcaba el final de la cuadra, fue detenido por una patrulla. No le encontraron botín alguno. Remitido a la delegación policiaca, en su declaración admitió que pretendía robar la casa donde lo habían detenido. Cuando oyó el escándalo se asustó y bajó de la azotea, pero él no había robado, que probablemente fue otro y no sabía quien, pues no lo vió. Prueba de ello que no tenía ningún objeto robado.

Fue interrogado duramente para quedar bien con el político. Este sólo exigía la recuperación de lo robado, sin ningún escándalo ni propaganda adversa a su posición. Como el ratero no confesaba quien había sido su cómplice en el robo, le propinaron una fuerte golpiza en el vientre, una calentada le llaman los policías, pero se les pasó la mano y el ladrón perdió el conocimiento. Al amanecer del día siguiente lo trasladaron al servicio médico, muy grave. Tenía estallamiento de visceras y a los pocos minutos de llegar, perdió la vida. El certificado médico expedido después que le practicaron la necropsia de rigor, para proteger a los policías, dictaminó: “Congestión alcoholica con complicaciones de perforación de peritoneo e intestinos, por fiebre tifoidea manifiesta”.

Así terminó sus días, el famoso “zorrero” conocido en el bajo mundo del hampa, sólo por el mote de “El Pozoles”.

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Dentro del penal, el Milsuso aprendió todos los oficios que con mucha habilidad practicaba. Al salir de prisión, tiempo antes de cumplir la condena por la buena conducta que mantuvo durante su encierro, regresó a la colonia. Preguntó a sus vecinos qué sabían del paradero de su mujer, pero nadie sabía nada. El pretendido abandono de hogar se llevó a cabo muchos años atrás, se habían olvidado de la mujer e hijos cuanto y más, hasta su propia persona.

Al obtener su libertad, recibió de la administración del reclusorio una buena cantidad de dinero, producto de los muchos días de trabajo en los talleres del interior de la prisión, que serviría, según decía el Alcaide, para la rehabilitación del recluso. Con esta ministración pecuniaria rentó una accesoría por la colonia Moctezuma, sobre la avenida Zaragoza y montó un taller de “Todo”, donde ofrecía los servicios que tan bien sabía ejecutar. En el mismo local construyó un tapanco con vigas y tarimas de madera, que le funcionó de habitación. Aquí dormía, y para comer acudía a las fondas del interior del mercado de la colonia y para su aseo personal a los baños públicos que estaban a la vuelta de la esquina. Vivía sólo, nunca se le conocieron parientes ni él platicó de que los tuviera. De su matrimonio jamás volvió a tener noticia alguna.

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Diariamente, aún en su día de descanso, Torres empujaba un carrito con dos tambos que pocos a poco llenaba con basura y desperdicios. Era un empleado de la Oficina de Limpia que se encargaba de barrer las calles de la zona sur del barrio de la Lagunilla, trabajo que realizaba por las mañanas para posteriormente, por las tardes, recoger la basura del interior de los comercios y fondas, servicio por el cual recibía generosas propinas. Con este ingreso extra, mejoraba su economía familiar y le permitía al término de sus labores, después de entregar su carro en el depósito de basura anexo al mercado de Varios y cambiarse de ropa, quitándose el overol de chillante color y enfundarse su sencilla vestimenta, entrar a tomarse tres cervezas en una cervecería ubicada en la 1a. calle de Comonfort, casi esquina con la calle de Ecuador.

Al entregar su carrito, previamente separaba en dos bolsas la escamocha recogida de las fondas del mercado y de la zona, las cuales al regresar de la cervecería, recogía. En camino a su casa, una, la más grande, la entregaba a un engordador de puercos. La otra, más chica, a casa para su perro: el Sultán. Su vivienda consistía en unos cuartos que rentó por las últimas calles de una colonia recién fundada por el barrio de la Mixhuca, cerca de los talleres de Maestranza de la Oficina de Limpia y Transportes. En cuanto se instaló en el vecindario, solicitó trabajo, lo aceptaron y empezó a desempeñarse como barrendero de las calles de la ciudad.

A Torres, sólo lo conocían por su apellido. Ninguno de sus compañeros ni de los patrones de los comercios que servía, conocían su nombre. Junto con su esposa y dos hijos, una mujer y un varón, llegó ya muchos años ha de la Encarnación, una ranchería cerca del poblado de Villanueva, en la parte sur del Estado de Zacatecas.

Allá vivía de la agricultura, en buenas tierras regadas por las aguas del río Juchipila, pero un día, en las fiestas del pueblo, un 28 de febrero, durante la tradicional danza de los “Matachines”, salió de pleito con un rival de amores que había pretendido a su esposa cuando ésta estaba soltera. La reyerta fue a machetazos, ganando él la partida. Huyó. La esposa en una bolsa metió unas cobijas, una poca de ropa, algo de comer. El cargó a los hijos y tomaron rumbo a Jalpa, por las tierras donde dicen que murió el asesino conquistador español: Pedro de Alvarado. Se internó entre las sierras del Laurel y la de Nochistlán, serranías donde en tiempo de la revolución, conocía al dedillo el General Demetrio Macías, principal protagonista de “Los de Abajo”, zacatecano como él, que combatió derrotando a la gente del usurpador Huerta. Cruzó la sierra comiendo hierbas y los pequeños animales que cazaba; ocultándose. A los ocho días de su fuga llegó a la ciudad de Aguascalientes, donde abordaron el tren que los condujó a la ciudad de México.

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Ya establecido y bien acreditado, fue requerido por una señora para realizar una chamba en su hogar. Vivía en una colonia vecina, en un fraccionamiento de mayor clase social. El drenaje de su casa estaba tapado. Era urgente. El agua negra inundaba el patio y el olor ya no se soportaba. Marito llegó con su equipo y empezó a trabajar. El drenaje se iniciaba a partir de una bajada pluvial que se conectaba a un registro con coladera al centro. Levantó la tapa del colector e introdujo unas varillas plegables y como torniquete, las hizo girar. Rápidamente localizó el tapón y lo sacó. Consistía en un pequeño lío hecho con un paliacate anudado con objetos en su interior, lo lavó y guardó en su petaca de herramientas. Se destapó el drenaje. El agua negra corrió siguiendo la pendiente de la tubería, le vació varias cubetas de agua limpia y listo. A cobrar.

Al llegar a su taller, abrió y antes de subir la cortina metálica, subió al tapanco. De la petaca sacó el lío y lo desanudó. Ante sus ojos brillaron muchas alhajas: anillos, collares, pulseras, dos relojes, una cartera con billetes de alta denominación, dos credenciales, tarjetas de visita y una tira de billetes de lotería. Todo bien conservado, las alhajas se notaban de alto valor, sobre todo un reloj que leyó la marca: Rolex.

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El barrio de la Lagunilla famoso por su enorme tianguis dominical de compra y venta de toda clase de objetos, quizá reminiscencia del grandioso mercado Tlatelolca, de México-Tenochtitlan; tan cercanos de lugar pero tan lejanos en el tiempo. Conserva el nombre dado desde la época de la colonia, cuando por el crecimiento de la ciudad, quedó una pequeña laguna que formaba parte del gran lago de México, rodeada por las tierras que se le habían ganado a las aguas para construir más edificaciones; lagunilla ya desaparecida desde antes de la Independencia, pero el barrio siguió llamándose igual: La lagunilla.

Zona eminentemente comercial con mercados públicos de ropa, zapatería, artículos varios, comidas y rodeado de bazares de objetos antiguos, tiendas donde expenden vestidos de novia, de mueblerías con enseres de mediano costo, no de lujo; sino al alcance del presupuesto de la gente del pueblo y que alberga una población ambulante, comerciando infinidad de artículos diversos.

Manuel, mejor conocido por “El Chácharas”, disfrazaba su ocupación de comprador de chueco en alhajas y relojes, como vendedor de billetes de lotería. Era parte integral de la población del barrio. Conocía a todos y todos lo conocían. El mote provenía porque inicialmente fue propietario de un puesto en el tianguis, especializado en reparación y venta de relojes, que él llamaba sus “chácharas”. Para abastecer de mercancía su negocio, compraba boletas del Monte de Piedad que amparaban relojes, los desempeñaba y ofrecía en su puesto. Se acreditó como un buen comerciante y empezó a tener fama. Los raterillos del barrio lo buscaban cuando se querían deshacer de un botín y le entró al negocio de comprar lo hurtado. Por esta misma causa fue acosado por los agentes policiacos y con o sin motivo, extorsionado. Cansado de tantas acechanzas, no quiso tener más relaciones de soborno con la policía, decidiendo para evitarse mayores problemas, traspasar el puesto y dedicarse a la venta de billetes de la lotería; pero continuando a la chita callando, el comerciar con objetos robados.

Sólo, todos los días deambulaba expendiendo la suerte, principalmente en bares, cantinas y cervecerías. Era muy cauto, no había sido fichado por la policía; por tanto, unicamente cuando estaba muy seguro de la alhaja que le ofrecían, la compraba. Siempre ofreciendo la cuarta parte o menos de su valor real, dependiendo de la dificultad que tuviera para venderla entre los talleres de joyería establecidos dentro de los intrincados interiores de vetustos edificios de la calle de Tacuba, que se encargaban de desmontar la alhaja, fundir el oro para reusarlo y los brillantes engastarlos en otros objetos de valor.

Cuando por alguna investigación lo llegaban a detener, demostraba su honorable forma de vivir como vendedor de la lotería, debidamente registrado en la oficina expendedora de la Institución.

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Debido a su forma de vivir en celibato, Marito para satisfacer sus necesidades sexuales visitaba en forma ordenada el barrio de la Lagunilla. En tres calles, desde Santa María la Redonda hasta Brasil, en la llamada calle del “Organo”; pululaban infinidad de mujeres que vendían su cuerpo por dinero. Su oficio lo ejercían dentro de unos cuartuchos o accesorias en que la regenteadora del lupanar, colocaba de ocho a diez catres con divisiones de cortinas o mugrientas colchas, que usaban en forma promiscua, un mínimo de veinte mujeres en cada local; turnándose para salir a mostrar sus atributos cuatro a la vez, dos a dos a ambos lados de la puerta de acceso y, en cuanto una mujer era requerida como servidora sexual, al penetrar a ocupar el catre respectivo; en riguroso turno, otra ocupaba su lugar en la puerta del local.

En cierta ocasión, satisfecha su líbido sexual, Marito entró a una cervecería. Se acercó a la barra y pidió una cerveza. Al empezar a beberla, el parroquiano que se encontraba a su derecha le dirigió la palabra para brindar:

-¡Salud!- interrumpiéndole el acto de beber, Torres extendiendo el brazo acercaba su tarro al del recien entrado, para chocarlo. El Milusos suspendió el movimiento de empinar la bebida y volteó, bajo el tarro y mirando a su vecino de barra le contestó:

-¡Salud, amigo!- Chocaron sus tarros y ávidamente bebieron.

Comenzaron a platicar del tiempo, de sus chambas, algo de sus vidas y determinaron al término del líquido, pedir la siguiente, sentarse a disfrutarla y disfrutar la plática acompañada de la botana servida; mesa de por medio.

Marito no bebia mucho, no porque no le gustara; sino por miedo. Un ex presidiario como él debía llevar una vida recta, sin vicios, para evitar por todos los medios volver a pisar una prisión. También, Torres sólo tomaba tres cervezas y a casa; ninguna más. A punto de terminarse la tercera bebida; ambos ya casi despidiéndose, Manuel el Chácharas abrió la puerta de doble bisagra de le cervecería, se asomó para ver si había clientela, penetró, recorrió el interior para finalmente dirigirse a la mesa donde departían los casuales amigos. Saludó al barrendero con unos golpecitos en el hombro y ofreciendo los billetes a Marito; habló:

-¡Quiúbole Torres! ¿Cómo estás?... Lotería joven... es para hoy... tres varos el cachito, ¿qué número le gusta? Extendiendo los billetes como abanico sobre la mesa, ante los ojos del Milusos. Este no habló, se quedó pensativo mirándo a los ojos del billetero.

-¡Aquí mi buen Chácharas! -Contestó el barrendero-. Tomándose las tres de ordenanza.... -Marito le interrumpió, algó pasó por su mente que lo hizo invitar al billetero:

-Siéntese, le invito una cerveza... -Jaló hacia él y retirándola un poco de la mesa, le ofreció la silla que se encontraba desocupada a un lado de su lugar. De inmediato Manuel se sentó, dejando los billetes acomodados en una esquina de la mesa, sacó su pañuelo que lo utilizó para secarse el sudor que le corría por la frente, orejas y cuello. Agradeció la invitación expresando que en la calle, el calor era asfixiante y la bebida le caía de perlas.

Después de fraternizar durante el corto tiempo en que el Chácharas se bebió la cerveza invitada, éste satisfecho se levantó de la mesa indicando que tenía que seguir chambeando y se despidió de los otros dos. Marito pidió la cuenta, mientras el mesero la traía, Torres le comentó que aparte de vender lotería, Manuel se dedicaba a la compra venta de alhajas. Esta revelación impactó al Milusos que se quedó pegado a la silla. El barrendero pagó y externó una formal invitación para una próxima reunión, ya que los eventuales amigos habían coincidido en sus gustos y caracteres. Fijando día y hora, los ahora cuates salieron de la cervecería.

En cuanto llegó a su taller abrió el postigo, entró, prendió la luz y cerró de inmediato. Subió al tapanco y dentro de una viga de soporte, bien disimulada, había construído una cavidad que utilizaba como caja fuerte para guardar sus ahorros. Corrió una tapadera, de su interior sacó la cartera y las joyas. Revisó la tira de billetes y confirmó que aún le faltaban dos meses para su caducidad. Por esta causa había invitado al billetero, para ligar una amistad y ofrecerle la tira encontrada. El no se atrevía ni siquiera ir a revisar la lista de premios, por temor que descubrieran su hallazgo. Al conocer al Chácharas se llevó una grata sorpresa. Además de proponerle la revisión del billete, le ofrecería la compra del lote de joyas. Él, no osaba portarlas, mejor venderlas y tener un beneficio económico que lo utilizaría para rentar y amueblar una vivienda y dejar de vivir como chango -así lo refería él-, trepado en su tapanco.

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La familia de Torres aumentó durante los primeros años de vivencia en la capital, con tres hijos más: un varón y dos mujeres. Los primeros hijos nacidos en Zacatecas, en cuanto tuvieron edad, comenzaron a trabajar. El hombre al cumplir veinte años se casó y salió del hogar; pero Lupe la mayor, no estaba casada; en plan de broma comentaba ella que ya se le había pasado el camión y se quedó solterona. Los hijos menores trabajaban, el hombre de saquero con un maestro sastre y de costureras las dos menores.

La amistad entre los asiduos concurrentes a la cervecería, continuó. Llegado el 12 de diciembre, Torres invitó a Marito con motivo del cumpleaños de su esposa y santo de su hija, a comer un sabroso mole a su casa. Acudió al festejo bien vestido, con sus mejores garras -decía él-, que casi nunca usaba, solamente acostumbrado a vestir el overol de mezclilla sobre una sudadera como ropa de trabajo, y una chamarra cuando asistía a la reunión semanal de sexo y cerveza. Al llegar, Torres le presentó a toda su familia, siendo bien recibido por su carácter de servicio y entrega. Al conocer a la hija mayor, Marito se prendó de ella. Platicaron durante el convite congeniendo en sus ideas, sus pensamientos y en el físico. La solterona, por plática de su padre sobre su amigo, escuchó que era soltero y por tanto; se desvivió en atender al servicial Milusos.

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Cuando se reunieron por tercera ocasión, Marito le habló al Chácharas. Le corrió el rollo que se encontró una cartera tirada bajo el asiento de un camión, que contenía, además de doscientos pesos y unos documentos que tiró; la tira de billetes que le mostraba. Como el billete tenía una fecha atrasada y la lista del sorteo ya no aparecía en los expendios, le consultaba si el billete aún estaba en vigor y averiguara si resultó premiado.

Manuel no se tragó el cuento; aunque le dijo que si confiaba en él, le dejara la tira para revisarla y posteriormente le informaba. Esa misma tarde, casi al anochecer, cuando entregaba cuentas de sus ventas en la oficina expendedora para los ambulantes, supo que el billete fue reportado como robado y sólo obtuvo reintegro.

Al volverse a reunir, Manuel le entregó el billete, comunicó lo investigado y le aconsejó que más valía que se destruyera; si al pretender cobrar el reintegro y entregarlo a la oficina, estaría sujeto a un proceso de averiguación previa; asunto que no convenía a ninguno de los dos. Frente a los compañeros de mesa, rompió en pedazos la tira, los hizó bola y arrojó a la basura.

Entonces Manuel se abrió de capa y mirando al Milusos a los ojos, fijamente, le dijo que mentía. La cartera era de piel muy fina, muy valiosa, ningún pasajero usuario de los camiones, portaría un objeto de ese valor; de por sí, la gente muy jodida, la que utiliza los camiones, ni a cartera llega. Por ese motivo pensaba que en alguna casa, cuando realizaba una chamba, se la había robado y esa era la verdadera causa por lo que lo metieron al bote.

Marito se espantó, se levantó de la mesa, se despidió y abandonó el lugar de reunión.

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Lupe empezó a trabajar a los dieciséis años, su chamba: costurera en una maquiladora transnacional. Ahorró algo de dinero y con el apoyo del padre, adquirió en abonos al mismo taller donde trabajaba, una máquina de coser de las que descontinuaban al cambiarlas por equipo más moderno. La llevó a su casa para coser allí mismo, lo que la maquiladora le entregaba como trabajo a destajo. Su madre le ayudaba por las tardes, permitiéndole con el tiempo libre, estudiar una carrera corta. Ingresó a una escuela comercial, donde después de tres años de estudio, se recibió de secretaria ejecutiva con nociones de inglés. Al colocarse en su nuevo trabajo, dejó la cosedora reemplazándola en su puesto, una de sus hermanas menores.

Fue aceptada como secretaria en un partido político cuyas oficinas se encontraban en la calle de Insurgentes Norte. Cuando el instituto político se cambió a su nuevo edificio sobre la misma avenida calles más al norte; la muchacha por su capacidad, subió de escalafón hasta llegar a ocupar el cargo de secretaria de uno de los dirigentes del partido.

Lupe no era fea, de cuerpo delgado que cubría con trajes estilo sastre que le daba aspecto de mujer de mayor edad, con el cabello asilado y recogido en un chongo, una apariencia de religiosa. Muy seria, no atraía a los galanes, lo que confirió a su jefe mayor confianza, respetabilidad en el puesto y a ella, seguridad en su trabajo.

Al conocer a Marito, le dio un aire de juventud. Le agradaba físicamente: de aspecto varonil no muy guapo, cuerpo fornido, de tez moreno claro, bigote bien arreglado, pelo a la casquete regular peinado con raya lateral y de estaura adecuada a la suya. Aunque su trabajo y cultura fuera de un obrero independiente, trataría de conquistarlo. Sabía que quizá representaba su última oportunidad de casarse y tener al menos un hijo. Tenía muchos deseos de ser madre. Aún no cumplía los cuarenta años y no quería irse invicta en esta vida.

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Le agradaba Lupe, pero lo pensaba mucho. Los años de encierro en la prisión y el tiempo de vivir en el tapanco, en soledad, también aislado como si siguiera en la celda; lo reprimía. La amarga experiencia de la anterior unión que lo abandonó en una época difícil, abandono justificado; lo desanimaba. Por otra parte no la podía llevar a vivir al tapanco. Sus ahorros no alcanzaban a cubrir los gastos para montar una vivienda, sólo vendiendo las alhajas podría hacerlo y tenía miedo.

En su reunión semanaria con Torres le habló derecho. Le mostro los documentos de libertad donde se especificaba el porqué de su encarcelamiento, los años de prisión y su excelente conducta dentro del penal. Le habló de la mujer con la que se unió libremente y los hijos que tuvo y de la nueva vida que había empezado en completa soledad; quedándose callado un momento, le preguntó:

-Mira Torres, me conoces de poco tiempo para acá; pero sabes que soy trabajador y sin vicios... ¿Qué te parece si me relaciono con tu hija y te pido su mano para casarnos por las tres leyes? ¿Me aceptas como yerno?...

Torres levantándose de la silla, le contestó:

-¡Claro que sí! -exclamó-, es un orgullo para mí tenerte como yerno. Ahora unicamente falta que se lo pidas a Lupe. -Extendiéndole los brazos se unieron en un efusivo estrujón.

-Gracias Torres, mañana voy a tu casa a pedírselo. Hoy nó porque le daría la patada de cerveza. Te suplico le mandes mi recado que voy a saludarla. No le digas el propósito. -Respondió el Milusos.

-Mira, no creo que tengas negativa. Ella le ha comentado a su madre que le interesas. Lo único que me preocupa que una vez que te cases, nuestras reuniones se terminaran. -Con pesadumbre contestó Torres.

-No hombre, continuarán. Ahora serían en la casa que le ponga a Lupe, en vez de vernos aquí, nos reuniremos en casa, más tranquilos.

-Pero tendré que dejar de trabajar por las tardes, o... Bueno, creo que ya va siendo hora de que inicie los trámites de mi jubilación, así no habrá ningún impedimento. -Terminado el diálogo y la última cerveza, se despidieron y abandonaron la taberna.

Marito hizo la finta se irse, pero regresó. Esperó en la esquina a que apareciera el Chácharas; pero éste no llegó. Al día siguiente, pensó, vendría al barrio a buscarlo. Estaba decidido a casarse.

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-¡Quiúbas Marito! Óra qué vientos te arrastraron por acá... No es el día, ni el lugar, ni la hora de reunión. -El Chácharas le llegó por la espalda, cuando él de pie, lo esperaba en la esquina de las calles de Allende y Órgano, afuera del cabaterucho de mala muerte, de rimbombante nombre: “Molino Rojo”.

-Nada Manuel... No me lo vas a creer; pero te ando buscando...

-Desembucha aquí, o prefieres en otro lado, o vamos a la cervecería, tú decides... -le replicó Manuel.

No en la mesa de siempre; sino en la un rincón, en solitario le contó la historia de su hallazgo. Manuel guardó silencio, después le contestó:

-Ahora si te creo, el rollo anterior no me lo tragué... Pero para hacer negocio, necesito ver la mercancía...

-Tú me dices donde, aquí nomás nó-. Te espero en dos horas en los billares de la calle de Cuba. Ahí nos vemos.

Puntualmente se reunieron. En los sanitarios del billar le mostró el lote. Manuel lo revisó. Le interesó el contenido sobre todo un reloj Rolex cuajado de brillantes. Le ofreció una cantidad que nunca se imaginó escuchar Marito, explicándole:

-El lote es muy bueno, eso te lo digo a tí que eres cuate y persona decente. Te ofrezco más de lo que siempre ofrezco sólo porque tú no eres rata y sé para que necesitas la feria... ¿Qué dices?...

-Ni hablar, que en eso quede, -Sin pensarlo dos veces le respondió asombrado por el importe de la oferta. Nunca imaginó que recibiría tal cantidad de dinero.

El Chácharas envolvió el lote y trató de guardárselo, siendo interrumpido su movimiento por el Milusos:

-Momento Manuel... el trato será dando, dando. No es desconfianza; pero creo que así es mejor para ambos.

-No pensarás que cargo esa cantidad en la bolsa, ¿Verdad? Entonces déjame juntarlo y nos vemos de ésta próxima reunión, a la siguiente; o sea, de ayer en dos semanas. No es fácil juntar tanta lana. Nos reunimos en la cervecería, ¿OK? -le propuso el Chácharas.

-¡OK! Pero antes de que llegue Torres, unicamente es asunto de los dos. -Estando ambos de acuerdo en lo pactado, salieron del billar.

En cuanto llegó a su taller, subió al tapanco y guardó el paquete en su caja secreta. Luego continuó con el trabajo normal de su negocio que tenía pendiente por cumplir; llegada la hora de cerrar, salió con una petaca deportiva que contenía sus artículos de aseo y ropa interior limpia, a los baños públicos. Bañado y acicalado, listo en su arreglo personal, no resitió la tentación: Cogió del paquete una sortija con un pequeño brillante al centro y dos esmeraldas engastadas a los lados, y se dirigió a la casa de Torres.

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-Licenciado, le tengo buenas noticias para Ud. -Lupe se dirigió a su jefe en cuanto éste pisó su despacho privado.

-Dime Lupita ¿de qué se trata? -Preguntó el dirigente político.

-Anoche pidieron mi mano, licenciado; que me caso y aún no sé si continué trabajando. No lo he platicado con mi novio; pero de no continuar, se verá Ud. librado de mi presencia.

-¡Felicidades Lupita! Y a era hora ¿Verdad? Tu novio se va a sacar la lotería contigo. ¿Cuándo es la boda?

-El mes que entra licenciado. Voy a pedirle quince días de permiso y el mes de vacaciones que me corresponde. Con este tiempo será suficiente para arreglar todo lo de mi boda y el viaje de luna de miel. La ceremonia será muy sencilla, después le traeré la participación y quizá; si su tiempo lo permite me apadrine en lo que Ud. guste... al regreso le decidiré sobre mi permanencia con Ud.

-Ya veremos...- Le contestó el Licenciaco, acercándose a ella para felicitarla con un abrazo. Previamente al estrechar su mano, le llamó la atención la sortija que lucía en el dedo, y le preguntó:

-¿Es tu anillo de compromiso? ¿Te lo dio tu novio?... -Sin mostrar ninguna alteración en su dicción ni en su semblante, le tomó la mano, aproximó la vista a la sortija y como admirándola, la revisó. La reconoció. Era el anillo que le regaló a su esposa en el décimo aniversario de bodas. Sin decirle nada, la felicitó, diciéndole:

-Está muy bonito!... Se nota que es caro... Bueno Lupe, ¡Muchas felicidades! -la abrazó y volvió a saludarla de mano.

En cuanto la secretaria salió del privado, se sentó en su sillón ejecutivo, tomó el teléfono y llamó al servicio de seguridad. A pocos minutos se presentó un oficial de Gobernación. Le explicó lo sucedido desde el robo hasta la aparición de la sortija; dándole las siguientes indicaciones:

-Localice e investigue al novio de mi secretaria. No lo detenga. No lo golpee. Haga una investigación técnica. Necesito recuperar todo lo que fue robado; esta es la finalidad principal de su averiguación. No quiero escándalos, ni motivos para que la noticia salga a la publicidad, ni ningún tipo de alboroto nocivo para mi persona y el Partido...¿Entendido?

El oficial de seguridad inició de inmediato su investigación. Se dirigió a la oficina de personal y obtuvo el expediente de Lupe, anotó unos datos en su libreta y, a la salida del trabajo la siguió hasta su casa y montó guardia. Casi anocheciendo llegó Marito invitando a su novia a cenar, acudiendo a un merendero a degustar un rico atole con deliciosos tamales. Al despedirse el Milusos, lo siguió hasta llegar a su taller. Se informó cómo se llamaba y en sus oficinas con su nombre, buscó los antecedentes policiacos descubriendo, su permanencia en prisión.

Al día siguiente, llegó acompañado con un joven policía, como pareja suya y un experto cerrajero de la institución de seguridad. Desde su auto estacionado en la esquina próxima, montaron vigilancia. Marito tuvo que salir a realizar un trabajo a domicilio y cerró. El joven pareja del oficial, lo siguió. El cerrajero de inmediato bajó, caminó hacia la cortina del taller, con su equipo abrió el postigo y se plantó a la puerta. El oficial entró a catear el local, revisó todo. movió todo y lo colocaba en su mismo sitio. Cajones, botes, el tapanco, todo y no encontró nada. No descubrió la caja fuerte de Marito. Salió, cerraron y en el auto esperaron al otro policía. Al regresar una hora después, informó: Todo normal, de rutina, llegó al domicilio, realizó el trabajo, salió y regresa al taller. Sin novedad.

El día de la reunión, lo vigilaron desde su salida, la llegada a la zona de tolerancia, ocuparse con una mujer, acudir a la cervecería, reunirse con Torres al que ya conocían como padre de Lupe, y su retorno al taller. Nada. Estaba limpio. Sin proceder correspondía con los datos de buen hombre y honrado obrero, que habían recabado preguntando sus referencias con el pretexto de emplearlo para que les hiciera un trabajo. No obstante, no dejaron de vigilarlo.

•••

A la semana siguiente, Marito salió temprano cargando la petaca donde guarda su herramienta. Acudió a la casa en que le solicitaron un servicio; reparó el aparato que le habían confiado para su arreglo, cobró y salió. Se dirigió a la calle del Órgano y cumplió con sus deberes y necesidades de hombre y luego a la cervecería, una hora antes de su reunión habitual. El agente y su ayudante, tras de todos sus movimientos.

Minutos después, el ayudante vió acercarse al Chácharas y le informó al agente:

-Mi jefe, mire: ...Ése que viene allí enfrente, es un conocido comprador de chueco, muy hábil, no se le ha podido comprobar nada, su tapadera es vender lotería...camine, que no note que vigilamos.

El billetero entró a la cervecería, fue el mingitorio, después se asomó por entre la puerta de doble bisagra, observando hacia la calle. Le pareció reconocer a alguien de la policía. No vio a nadie y caminó hacia la mesa donde lo esperaban.

Se sentó junto a Marito, pidió una cerveza y empezó la plática seguidamente de chocar el vaso, con el que en la diestra levantaba el obrero, expresándole:

-Aquí muy cumplidor mi buen Marito... ¿Traes el paquete? -preguntó.

-¿Traes el dinero? -respondió el Milusos.

Manuel sacó un paquete envuelto en papel periódico pegado con tiras de papel engomado, de la que llaman paspartú. Rasgó el periódico y mostró los billetes. Marito sacó de su petaca el envoltorio lo desanudó y presentó las alhajas.

-Dando, dando, -dijo uno-... -Dando, dando, -replicó el otro.

Manuel se guardó el lío en el interior de su saco, en un pequeño morralito que colgaba lateralmente de su cuello. Marito introdujo el suyo, en la petaca de herramientas. Casi al terminar la cerveza, el policía ayudante penetró a la taberna con rumbo al mingitorio; con el rabillo del ojo, observó al comprador sentado junto al miedoso, en ese momento vendedor.

El Chácharas desconfiado, sospechó de la persona que vio entrar, le pareció ser el policía que atisbó en la calle. Sin terminar el resto del vaso, se despidió y salió de prisa. El policía desde la puerta del baño se dio cuenta que ya no estaba el billetero; casi corriendo abandonó el lugar y llegando a su jefe, le gritó:

-¡Ese es el contacto!... Estaba sentado con el sospechoso ¿Vio para dónde se fue?...

-¡Sí, sigámoslo! ¡Allá va! -iniciando la persecusión, le contestó.

Manuel dio vuelta en la esquina por la calle de Ecuador, cruzó la calle y por la primera puerta del mercado de ropa, se introdujo. Trató de perderse serpenteando entre los puestos, para finalmente abandonar la nave por la última puerta que da a la calle de Rayón. El ayudante más joven dejó atrás a su jefe. Cuando lo vio correr por la mitad de la calle, con un grito le paró el alto:

-¡Policía, deténgase!... El Chácharas dio la vuelta, con un movimiento rápido de su manga sacó una pistola y disparó al policía, hiriéndolo en una pierna, cayendo éste al suelo... aún tirado, sacó su arma y amenazándolo con gritos, disparo tres veces al aire sin apuntarle al prófugo, para evitar lesionar a un inocente. El billetero continuó corriendo con la pistola en la mano, mezclándose entre los peatones.

El policía de guardia de la tercera delegación, ubicada en la esquina del lugar de los hechos, se encontraba comiendo en una fonda del mercado. Al escuchar los tiros, se levantó de la mesa y alcanzó a ver al delincuente correr hacia la calle de allende. Desenfundó su pistola y soplando en forma intermitente un silbato, lo persiguió. El Chácharas se detuvo, giró empuñando el arma y antes de que volviera a disparar, el uniformado accionó primero acertando en el pecho del hábil billetero. El cuerpo tendido en forma grotesca se desangraba, exhalando un último suspiro cuando el policía con mucha precaución, se acercó al cuerpo.

El agente de Gobernación llegó atrás del uniformado. Se identificóy el policía se cuadró ante él. De inmediato, en cuclillas, procedió a esculcarlo. Encontró el morral con el botín adentro. Lo guardó, ordenando al policía que vigilara y a los demás agentes que acudieron al sitio, retiraran a los curiosos que en torno al cuerpo de Manuel, se agolpaban. Se levantó y miró alrededor; el cadáver boca arriba quedó sobre la banqueta de la calle libertad, justo al frente del cabaret de ínfima categoría: “El Imperio”, que mucho frecuentaba el billetero y en cuya marquesina se leía: HOY “Orquesta de Arturo Nuñez” y sus cantantes. Al momento de retirarse una alma caritativa, una mujer del pueblo, tapó con una sábana blanca el cuerpo del difunto y otra colocó una veladora encendida, que minutos después se multiplicaron por arte de magia.

Encaminó sus pasos hacia la Delegación. Entró al servicio médico donde atendían a su pareja que cojeando, lo trasladaron otros policías. El balazo penetró en sedal sin tocar hueso ni arterias, no era de peligro y sanaría en pocos días. A continuación habló con el agente del Ministerio Público presentando sus credenciales, le comentó lo sucedido en voz baja, casi al oído y el funcionario asintiendo todo los que escuchaba con movimientos afirmativos de la cabeza, aceptó lo que el agente le explicaba. Sin problema alguno, posteriormente se retiró de la delegación.

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Cuando le daba el último sorbo a la cerveza que estaba tomando en compañía de Manuel, llegó Torres. Le platicó que llegó el Chácharas y sin explicación alguna, salió rápidamente. Pidieron sus bebidas y al darles fin a las tres de ordenanza; charlando con respecto a la boda, se despidieron.

Antes de ir al taller, dirigió sus pasos hacia la satrería donde trabajaba el hijo de Torres, su futuro cuñado, para que le tomaran medidas de su tacuche para la boda. Se sentía rico y no quiso comprarlo en las tiendas del barrio, quería uno a su medida. Mañana le entregaría el dinero a su novia para la adquisición del vestido y del ajuar de boda, hoy nó; aunque era un riesgo llevar tanto dinero, apestaba a cerveza y a mujer comprada. No se sentía limpio.

Abrió la puerta de su taller y rutinariamente prendió la luz, cerró y subió a su tapanco. Sacó el paquete de la petaca rasgando el papel periódico en que estaba envuelto y ...¡Oh sorpresa!...Sólo los fajos colocados por el exterior del paquete, eran billetes. Los fajos centrales eran de papel periódico perfectamente recortados del tamaño real de los billetes... ¡El Chácharas lo había timado!

Pensó en salir de inmediato a buscarlo; pero ...¿en dónde? No sabía a esa hora en que lugar encontrarlo... Se tranquilizó. Mañana por la mañana lo rastrearía para reclamarle su fechoría. Empezó a contar el dinero recibido... el importe era más que suficiente para sus necesidades: boda y vivienda. Por tanto dejaría para la próxima reunión de la semana siguiente, la reclamación. Guardó el dinero en su caja fuerte, rompió y tiró a la basura los papeles simulando los billetes; se desnudó, se acostó, apagó la luz y pensando en su novia a la que le cumpliría todos los compromisos contraídos, se durmió a pierna suelta.

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Así estuvo todo licenciado. Ud. dice si voy por el plomero y lo encierro. -Le informaba el agente de Gobernación al secretario del partido, mientras él revisaba el contenido del morral.

-Nó oficial. No es necesario. Aquí está todo lo robado. Lo de la cartera no cuenta, era poco dinero. El billete de lotería no valía la pena, de los documentos ya obtuve duplicado. Sólo falta la sortija; pero creo que bien vale la pena como regalo de bodas o como pago por la recompensa de recuperar las alhajas. Sin esta pista nunca hubiera vuelto a verlas; es más, ya me había resignado a la pérdida... Pienso que mi secretaria se merece además un regalo de bodas de buen precio, por su circunstancial ayuda. -Le comentó como respuesta al agente, el dirigente partidista.

-Lo más probable es que el ratero cómplice del que detuvieron- ocultó el botín durante todo este tiempo. Se contactó con el muertito y éste le compró el lote, sabedor que el plomero necesitaba un anillo se lo vendió, y seguro hoy lo fue a cobrar cuando los encontramos reunidos. En su bolsillo traía una buena cantidad de dinero, lo vi cuando lo registré.

-Sí, así debe de haber sucedido. Pero dígame: En la investigación del muertito no estoy involucrado en nada ¿verdad? -preguntó.

-En nada señor. -Con firmeza le contestó-, mi ayudante declaró que fue herido -y hay muchos testigos-, por el billetero, cuando éste con habilidad, lo había robado calles atrás y lo perseguía para detenerlo. La cantidad inusual de dinero que llevaba fue prueba de ello; así, daremos fin al asunto. Mi ayudante es incondicional mio y no hablará nada.

-Según me comenta, el novio es una persona honrada sin culpa del robo y mi secretaria está fuera de toda duda, ¿Así es?...

-Afirmativo señor Licenciado, así es.

-Bueno, eso es todo. Muchas gracias. Dé carpetazo al asunto y nuevamente, gracias por su discreción. Su actuación le será tomada para su futura promoción.

Terminado el diálogo con el agente, el político, tranquilo, se arrellanó en su sillón, esbozando una sonrisa de satisfacción se colocó en el pulso, el valioso Rolex que le había sido hurtado.

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Un año se cumpliría dentro de pocos días, de la muerte de Manuel. Torres y Marito, el primero ya jubilado, se encontraban reunidos tomando sus cervezas de rigor, pero ahora ya no en la cervecería; sino en el hogar del buen Milusos, tal como lo predijo éste tiempo atrás. Sentado en la mesa del comedor, con un brazo cargaba a su hija recien nacida: Lupita III, y con el otro brazo levantado sostenía en la mano el vaso de cerveza con el que brindaba con su suegro, mientras Lupe, ahora feliz esposa, les preparaba una botana.

Marito, a sus múltiples oficios, agregaba otro más: el de padre orgulloso y fiel esposo, con una hija y una mujer que tal como cuando la conoció, se desvivía en atenciones para él. Jamás regresó a la Lagunilla; olvidó sus antiguas correrías de soltero, dedicándose en cuerpo y alma a su trabajo y a su hogar. Nunca supo la pareja, que estuvieron en un tris de que su felicidad actual, pudo haber sido trastocada por la decisión del político, que los hubiera convertido, quizá en personajes de una tragedia más de la vida, de las muchas tragedias que ocurren a diario en los barrios de esta hermosa; pero cada día más difícil para vivir: Ciudad de México.